Esta pasada semana recordamos todos los grandes huracanes que azotaron a Puerto Rico en la historia reciente. Fueron los aniversarios de Hugo, Georges, María, Fiona. Todos en esa tercera semana de septiembre que, cuando termina, casi de forma inconsciente respiramos aliviados.

“Si pasa septiembre, nos salvamos”, solemos decir. Por supuesto, esa percepción está basada en la experiencia de la devastación que nos han dejado estos fenómenos siempre en el mes de septiembre y, en particular, esa semana entre el 15 y el 22.

La realidad es que la temporada de huracanes, inició el 1 de junio y no termina hasta el 30 de noviembre. Así que, por supuesto, todavía queda mucho tiempo para que se pueda formar un huracán fuerte y tomar nuestra ruta. Pero los más intensos siempre nos han tocado en esa tercera semana de septiembre.

Entonces, ¿podemos sentir el alivio de que ya pasó lo peor?

Mirando los récords de temperatura, creo que no. Y me asusto de pensarlo y más de escribirlo, porque este verano -que terminó este pasado fin de semana-, ha sido como ningún otro que yo pueda recordar. ¡Qué clase de calor!

Estamos experimentando temperaturas récord desde junio. Tuvimos el junio más caliente en la historia, según lo declaró la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica. Julio fue el más caliente en más de 170 años y así, durante los pasados cuatro meses, los científicos han advertido que la temperatura sobre tierra y en el mar está rompiendo marcas, demasiado alta.

Acá ya sabemos que la temperatura alta en el océano es el combustible para generar y fortalecer los huracanes, así que no nos debe sorprender que, aunque termine septiembre, y a pesar de que la historia nos tiene acostumbrados a otra cosa, es muy probable que lo que resta de la temporada de huracanes tengamos alguna amenaza.

Y ojalá solo sea un susto. El problema es que el susto vendrá acompañado de los enormes problemas de infraestructura que arrastramos desde María.

Por ejemplo, la red eléctrica que no da señas de mejorar. La pesadilla de los apagones diarios nos da cuenta del estado en que se encuentra el sistema de energía eléctrica. Es el presagio de que nuestro sistema, a pesar de las reparaciones que –supuestamente- se han hecho después del 2017, está muy lejos de ser resiliente o “robusto”, como alguien se atrevió a llamarlo en una ocasión.

Otro problema es la cadena de distribución de suministros. Quedó demostrado en María, y muchos meses después, que el impuesto al inventario limita dramáticamente a los negocios que quisieran tener abastos suficientes. Sencillamente, no pueden, es demasiado costoso. Entonces, cuando llega la tragedia y se complica el transporte de alimentos y otros productos, tenemos apenas dos o tres semanas de suministros, porque tener más pone en riesgo la estabilidad y la viabilidad de los negocios.

Ese problema es de fácil solución, pero hay una enorme resistencia. El recaudo del impuesto al inventario va a los municipios, que necesitan ese dinero. El gobierno central, todos los días grita a los cuatro vientos que tiene un sobrante de ingresos. Sin embargo, no se disponen a resolver este problema que, para colmo hace que los productos que consumimos sean más caros.

Así que, si viene un huracán intenso, repetiremos la historia, porque no hemos sido capaces, en seis años, de aprender de ella y corregir las situaciones que ponen la vida de la gente en peligro. Realmente no creo que ha pasado lo peor, ni siquiera cuando termine la temporada de huracanes.