Espero que nuestros queridos lectores hayan tenido una linda celebración de Navidad. La festividad, que este año nos tocó en fin de semana, la percibí un poco más parecida a los años anteriores a la pandemia y los huracanes. La realidad es que los puertorriqueños hemos sufrido demasiado y nos merecemos ya regresar a la normalidad.

Pero la normalidad no puede incluir el uso indiscriminado de pirotecnia. Los fuegos artificiales son bellísimos, un verdadero espectáculo que creo que a todas las edades disfrutamos. Pero el uso de estos explosivos tiene tantas repercusiones negativas, que realmente la prohibición vigente se queda corta.

Comienzo por la más obvia, que es el daño físico que provoca el mal uso o el mal funcionamiento de la pirotecnia, desde las que parecen ser más inofensivas -como las estrellitas-, hasta las explosivas.

Todos los años, la celebración de la Navidad se convierte en tragedia para personas que sufren heridas en el rostro o las manos, algunos pierden dedos y terminan con amputaciones. Este año ya tuvimos un caso en Toa Alta.

Hace algunos años, conocí un caso de una niñita de cinco añitos, que solo rozó su vestido con una estrellita prendida y en segundos se había convertido en una antorcha humana.

Entonces, está el ruido. La intensidad, que para algunas personas puede ser molestosa, para algunos con ciertas condiciones puede ser insoportable. También están las personas con diversidad funcional, que en algunos casos resultan verdaderamente afectadas física y emocionalmente con el ruido. Y tal vez podemos manejar unos cuantos petardos en el día de fin de año. Pero en algunos sectores de Puerto Rico, inexplicablemente, las explosiones comienzan justo después de la celebración de Acción de Gracias y no termina hasta después de Reyes. Son dos meses de tortura para estas comunidades y nada los detiene. Las personas tienen que vivir ese infierno ruidoso sin que haya consecuencias de clase alguna.

Y ni hablar de las mascotas. Nuestros animalitos -que tanto amamos- sufren demasiado, pues sus sentidos más agudos perciben el ruido amplificado. Una sociedad verdaderamente adelantada, debe tomar medidas para proteger a nuestros animales de esta forma de abuso.

Es tanta la ansiedad que les genera el ruido de las explosiones, que tenemos que recurrir a calmantes para mascotas. Pero, qué hay de los realengos, y los que viven en comunidades de esas que usan pirotecnia todos los días y a todas horas sin control.

Una cuarta razón para rechazar la pirotecnia es el daño al medioambiente. Si no lo ha hecho, le recomiendo este ejercicio. Este fin de año, ubíquese en algún lugar alto y observe la contaminación que queda en el aire después de todas las explosiones. Si las otras buenas razones no lo convencen, tal vez esto le permita entender el grave daño que provoca la pirotecnia al aire que nos respiramos.

La situación amerita una campaña agresiva para despertar la conciencia, como se hizo con las balas al aire. Pues esa práctica, aunque continúa ocurriendo, sí ha disminuido muchísimo la incidencia de muertes y accidentes.

La ley prohíbe la pirotecnia aérea y explosiva, pero realmente se ha convertido en letra muerta. Así que lo que resta es que las personas entiendan que, por consideración hacia sus vecinos, hacia las personas con diversidad funcional, hacia los animales y hacia el medioambiente, es imperativo prohibir la pirotecnia.

Esta es la época más hermosa del año, todavía nos queda más de la mitad de la celebración. Hagamos un esfuerzo para llevar la fiesta en paz y tengamos un poco de consideración.