Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 14 años.
PUBLICIDAD
No me imagino a quién se le ocurriría dejar los rastros de un cambio de tampón en el parque del Último Trolley, entre Ocean Park e Isla Verde, o en cualquier espacio llamado a ser público.
Digo, y es que ninguno de los que asistimos este sábado a dicha playa con motivo de la Limpieza Internacional de Costas, tenía la necesidad de recrear tan inusual mental picture.
Mi versión, más o menos, iría así:
Aparece una mujer ajorada que, esperando a que nadie la vea y con un pudor de dos caras apenas concebible, mira hacia las luces escandalosas del parque de soccer, se detiene cuando un jogeador del área y el carro nebulosamente tinteado pasan a pocos pies del auto de ella.
Aun así la mujer espera. Busca un mejor lugar y cuando al fin “ningún entrometío” llega tan cerca, saca su bolsita, mil veces más higénica que ella, y se introduce el aditamento. Por aquello de no bregar con la cuestión esa “Olvídate de buscar una bolsita”, lo deja sobre el suelo silencioso y que, al parecer, todo lo aguanta.
También espera que así como el femenino tubo violeta desapareció de la pequeña burbuja en la que ella vive y donde se cree eterna, que el dichoso plastiquito se disuelva en la tierra o la arena. Que nadie lo encuentre. Pero en realidad le da lo mismo. En realidad ni siquiera lo piensa.
“Lo importante es que no me toque y que ni piense regresar a la casa conmigo para ser parte del proyecto de reciclaje que llevo en el cuarto de los regueros. Digo, qué reciclaje ni qué diablos, si de eso sólo hablan en la escuela del nene. Te crees tú que voy a coger lucha por eso. ¡Qué va! Demasiado tengo con tener que cambiarme el bendito tampón en el carro”.
La mujer en edad reproductiva dejó allí la evidencia más inequívoca de sus años de fertilidad inútil. Y digo esto porque creo que de nada vale tener la capacidad de ser madre, suponiendo que pueda serlo, si no tienes la consideración de por lo menos echar tus desechos en el próximo zafacón, y conservar, de alguna manera, los recursos para futuras generaciones. Lo mismo va para los hombres que tiran sus condones en la acera después de una "noche de jangueo" en las Fiestas de la Calle San Sebastián o donde sea. Ellos no son más ni menos.
Y es que ni siquiera estoy abogando por el reciclaje. No. Simplemente, los que acudimos este sábado a las distintas costas de Puerto Rico para recoger desechos lo que estamos defendiendo es el uso del zafacón más cercano. ¿Que ya se llenó? ¿Qué el municipio no puso suficientes? Pues sí, tal vez no haya demasiados, tal vez no quieren tener que bregar con la cuestión más allá de los parámetros mínimos.
Pero, ¿qué te impide a ti utilizar el sentido común y al menos llevarte lo que trajiste? Acaso la burbuja en la que vives te impide reconocer que nuestros suelos están siendo contaminados diariamente, que las sustancias nocivas llegan a los ríos subterráneos, a nuestros embalses, al mar y a nuestra cena.
O acaso piensas que todo lo que encontramos Viviana, Osvaldo, Gabrieli y yo, como el tubo de tampón, utensilios plásticos, bolsas de Cheetos y Doritos, los refrescantes padrinos, la lata de salchichas, la servilletita casi inocente, el centenar de vasos plásticos y cuanto desperdicio dejaste en la playa, no se te regresa.
Todo, sin mencionar a las tortugas, peces y aves que se afectan por la dejadez con cara inofensiva.
Lamentablemente, y para desgracia de nosotros mismos, nuestros hijos y nietos, pocos son los que diariamente deciden no contribuir en mis mental pictures. ¡Un abrazo para ell@s!