Desde mi nacimiento he sido privilegiada en estar rodeada del amor incondicional de mi madre, tías, abuela y sabias mujeres que el Universo me ha permitido conocer.

Mi familia no se considera tradicional; esa que nuestra sociedad nos pone como el modelo a seguir. Mi madre tenía 19 años al momento de mi nacimiento. Mi padre, era 30 y pico de años mayor que ella, y con excepción del día de mi primera comunión, no recuerdo haber compartido en ninguna otra ocasión junto a ellos bajo el mismo techo. Al año de yo haber nacido, mi madre se mudó a Puerto Rico para estudiar, trabajar y me trajo con ella. Mis tías, Pilar y Marina, que vivían con nosotras, velaban por mí con amor y dedicación. Yo era su niña mimada. Me fui a los cuatro años con mis abuelos maternos a Santo Domingo, a donde regresé a pedido de mi papá. Los constantes viajes entre Puerto Rico y República Dominicana dominan mis recuerdos de esa infancia.

Cuando murió mi padre, siendo una adolescente, tomé la decisión de quedarme a vivir en Puerto Rico con Milly, mi madre, a la que llamaba por su nombre propio ya que era a mi abuela Cachita a quien llamaba “mamá”. Ser independiente era mi norte, por eso estudiaba, trabajaba y ahorraba sin descanso. Cuando me gradué de escuela superior me fui a vivir sola. Mi carrera como modelo profesional fue creciendo en éxitos, pero también en compromisos y muchas horas de estudio y trabajo. Me reunía con mi mamá cada vez que podía, y también viajaba a visitar a mi abuela, mis tías y primas.

Pero sentía que había un vacío. No tenía esa familia ideal añorada. Recién casada en mi primer matrimonio, llegó a mi vida uno de esos ángeles que parecen ser enviados a transformar tu vida. Chiqui Godreau fue la primera persona que, sin tener lazos de sangre que nos uniera, me adoptó como si fuera su hija. Éramos almas gemelas que tal vez, como hablábamos en tantas ocasiones, veníamos unidas de vidas pasadas. Hace un año trascendió a la otra dimensión, desde donde se sin duda alguna, mi Mami Chiqui sigue cuidándome.

Otra “mamá abuela” que tengo es Pupa Trabal de Nazario, una querida vecina de esa época que viví en Guavate. Se convirtió en mentora y me trasmitió todo su amor por la cocina y por la patria. Gracias a mi querida Pupa y a mis tías tengo una maestría en platos criollos, de lo cual pueden dar fe mis amigos cercanos. Hoy gozo del privilegio de tenerla viva a sus 95 años y de que su hija y familia también me han acogido como parte de ellos.

Nuevamente, Dios me regaló en esta etapa de mi vida otra madre, mi querida Camelia Garrido. Me convertí en su hija postiza el día que falleció Debby, su hija menor. Ese momento tan triste fue preciso para unirnos para siempre. Aunque nos unía una linda amistad, desde ese momento, ella ganó otra hija y yo otra madre.

No he tenido el privilegio de ser madre. He pasado por el dolor de no poder lograr el ansiado sueño de tener hijos. Pero he hecho las paces con la realidad de que no siempre los modelos ideales que nos presenta la sociedad son la única forma de ser feliz. Ha sido tanto el amor que he recibido, que eso me ayudó a entender que ser madre no solo es tener hijos, es tener esta bendición de compartir con maravillosas, valiosas y amorosas madres en mi vida; tanto mi madre biológica como las demás madres que me han adoptado en mi travesía llamada vida.

En este mes de mayo, cuando todos celebramos el Día de las Madres, yo celebro el que Dios me haya compensado con tanto amor de seres maravillosos. Tengo a mi lado a mi adorada mami Milly, la que me dio el ser, a quien amo y siempre querré tener muy cerquita de mí. Honro a todas esas mujeres que me dieron su amor como si fuera su hija, y me siento orgullosa de la madre que pude haber sido, si hubiese tenido ese privilegio. Para todas esas mujeres que enriquecieron mi vida: ¡Felicidades!