No. No estoy “igualita”.

Me rehúso a darle importancia a quedarme físicamente suspendida en el tiempo como una fotografía.

Como mujer, soy vanidosa, me gusta verme, sentirme y estar bien. Me ocupo de eso. Solo que a medida que pasa el tiempo, mi vanidad viaja de lo físico a lo interior.

He aprendido lecciones importantes que me han enseñado a ubicar mis prioridades donde mejor me sirven para seguir feliz. Hacer feliz a otros también me hace feliz. La evolución es continua, la metamorfosis es real. Y con el caminar se descubre y se redescubre el orden y desorden de lo verdaderamente valioso.

Me encanta la frase de que “lo único seguro es el cambio” y lo siento como parte natural de la esencia humana.

Cultivo cuidadosamente la belleza de adentro, del alma y el espíritu. Esa que, con el pasar de los días y los años, florece. Me encanta ser estudiante de la vida. Soy observadora y partícipe de mi entorno. Amo las opciones y recibo cada etapa con el corazón abierto. Lo fácil no me atrae. Los retos me emocionan. Padezco de la única enfermedad que compartimos todos los seres del planeta: estamos vivos.

Mientras esté aquí, seguiré cuidando mi cuerpo para que me sirva de vehículo terrenal con eficiencia y fuerza. ¡Me ha servido tanto y me sigue sirviendo! ¡Hasta vida pude dar! Hago mucho con lo que Dios me dio. Y honro mi cuerpo respetándolo, doy atención a la salud física, mental, espiritual y emocional. Celebro cada paso que anduvimos mi cuerpo y yo, ¡y lo que nos falta por recorrer!

El espejo me lo muestra cada día de este viaje y sonrío. Porque hemos librado batallas tanto como hemos disfrutado. Legado y cicatrices, golpes y placeres por igual. ¡Cuánta vida, cuántos caminos, cuántos momentos inolvidables hemos compartido en esta aventura! Mi cuerpo es mío. Lo aprecio, lo honro, lo celebro y le doy las gracias todos los días por ser la limosina donde viaja mi espíritu libre.

Tú dices que “ya no es como antes” y yo te digo ¡GRACIAS A DIOS! Significa que he vivido, que mi humanidad la llevo a flor de piel. Una vida larga es un privilegio. Y he aprendido que vivir y estar vivo no son sinónimos. Lo que tengo me hace sonreír. Pero es más cómo me siento, lo que me mantiene enamorada de la vida. Y esa, para mí, es mi mayor lección.

“¿Igualita?” No, gracias. Viva, saludable, vital, agradecida, mujer plena con la niña interior intacta, apasionada y aprendiendo todos los días el arte de SER FELIZ. Porque la felicidad, esa que nos llena y recarga las baterías viene de adentro, de nosotras mismas.

No pretendo que lo que pasa a mi alrededor sea maravilloso y color de rosa. Solo sé que ando mi camino con una lata de pintura de muchos colores, dibujando el arcoíris de la felicidad que deseo y manifiesto desde mi corazón para regarla a los que comparten mi entorno. La vida es hermosa. Los matices la hacen más bella. Y con el pasar de las horas, abro mi corazón para seguir pintando con lo mejor de mí. Eso no caduca, eso no se descompone y es inmune a los años.

Es por eso que me reafirmo y reitero: “¿Igualita?” No, gracias. ¡En constante metamorfosis!