Si alguien me hubiera dicho que tendría que detener mi agenda de entrenamientos y al momento de reiniciar hacerlo en condiciones tan diferentes, sinceramente no lo hubiera creído... pero sucedió.

En el 2020, el mundo se paralizó y el deporte también. Los entrenamientos se adaptaron a la casa, las competencias quedaron en suspenso y la incertidumbre se abría sobre nuestro futuro y nuestros sueños. De momento, nos adaptamos a lo que tanto se ha descrito como el “nuevo normal”, mientras se nos iban los días inmersos en una visión de futuro que no estaba tan clara como antes.

Los meses pasaron y cuando llegó el momento de retomar, aunque fuera de una forma parcial, tuve emociones a flor de piel. Por un lado, nació mi hija, mi nueva motivación, Antonella, y estar a su lado diariamente me ayudaba a calmar mi ansiedad por competir. Por otro lado, había llegado el momento de continuar persiguiendo ese sueño por el que he luchado desde que era un niño y que ahora como padre se convertía en una motivación más poderosa.

Cuando, luego de tantas cancelaciones, pude abordar el vuelo rumbo a Argentina para buscar lo que sería mi pase a las Olimpiadas de Tokio 2020, me sentía completamente diferente. Más sensible a nivel emocional, la adrenalina a mil por ciento, en fin, una mezcla de sensaciones diversas que me confundían, porque no era mi primera vez en una competencia. Mi padre me dijo que era totalmente normal que me sintiera de esa forma.

Luego de más de 24 horas entre aviones, llegamos a la ciudad de Buenos Aires en Argentina y aún nos faltaba recorrer otras cinco horas por tierra para llegar a la ciudad de Rosario, al norte del país argentino, donde se llevaría a cabo el evento. Entrenar diariamente genera más necesidad al entrenamiento, sucede en cualquier deportista, el cuerpo y la mente me pedían entrenar, jugar, competir y así llegué a hacer lo que me tocaba; ganar el pase olímpico a Tokio 2020.

Y con esa ilusión nos mantuvimos antes y durante la competencia clasificatoria. Este regreso a la actividad deportiva coincidió con el lanzamiento de una importante campaña institucional, donde varios atletas puertorriqueños, entre los que me encuentro, motivamos a nuestro país a seguir adelante a pesar de cualquier tropiezo. Por eso yo tenía que ir a dar, como siempre, lo mejor de mí. Me sentía obligado a corresponderle a mi patria, ahora más que nunca, así que me mantuve fuerte y puse en práctica todo lo aprendido. Superé dificultades, me mantuve enfocado, fuerte, me esforcé, resistí, perseveré, fui paciente, creí, jamás perdí la esperanza.

Mantener la esperanza nos ayuda a alcanzar la meta. Eso lo confirmé en ese cuartito de madera que mi papá y entrenador preparó en la parte de atrás de mi casa en Utuado. Allí pusimos una mesa y como mejor pudimos, nos mantuvimos entrenando fuerte, protegiéndonos del COVID-19. Fueron días, semanas, meses, un año entero de mucho trabajo, pero el virus no nos venció. Aunque el COVID-19 inició con ventaja el partido, tomó la iniciativa, se movió rápido y se adelantó en el marcador, no pudo vencernos.

La vida cambió es cierto, pero la meta sigue siendo la misma, representar a mi Isla y ser motivo de orgullo para cada puertorriqueño, no importa donde se encuentre.