La primera entrevista que realicé después del huracán María en Punta Santiago, Humacao es inolvidable. Entrevisté a una niña llamada Liza (nombre ficticio para proteger su identidad) que en ese momento tenía 7 años. Ella me contó que tuvo mucho miedo durante el huracán, no por el sonido del viento, sino porque pensó que se iba a ahogar. Según me contó, el mar entró en su casa de forma rápida, pero tan pronto su familia comenzó a rezar, el agua comenzó a bajar. Cuando le pregunté si quería darles un mensaje a otros niños en Puerto Rico, me contestó que “si yo pudiera ser rica, yo pudiera comprar cajitas de agua… porque nadie puede dejar a los otros así, ¿verdad?”.

De todas las historias que me han confiado sobre lo que vivimos antes, durante y después del huracán María, no hay una con mayor inocencia, empatía y resiliencia como la de Liza. Es la que me ha dado la mayor inspiración y propósito para comprender el impacto del cambio climático en la vida de la mujer y las futuras generaciones de niñas y jóvenes.

Según los datos estadísticos de las Naciones Unidas, el 80% de las personas desplazadas en el mundo por cambio climático son mujeres debido a circunstancias de desigualdad. Son niñas, jóvenes, madres, jefas de familia, empresarias, cuidadoras, y el mayor impacto se observa en su salud física y mental. Estos efectos del cambio climático pueden ser acumulativos, persistentes y aumentan con los años.

En términos atmosféricos, nuestro planeta ha sido un lugar donde la vida ha proliferado en un balance armonioso de gases. En los pasados 40 años, el desequilibrio causado por el aumento de los gases de invernadero en la atmósfera, ha ocasionado un incremento acelerado en las temperaturas globales, tanto sobre tierra como en el océano, lo que ha provocado cambios en los patrones de temperaturas y precipitación, conocido como el cambio climático.

Esto ha resultado en un aumento en el nivel del mar, mayor número de huracanes intensos, eventos extremos y catastróficos, derretimiento del hielo polar, cambios en la biodiversidad de las especies y en la agricultura, entre otros. Los efectos en la vida del ser humano no son distribuidos equitativamente, pues la desigualdad social afecta a los más vulnerables, que en la mayoría de los casos son las mujeres y las niñas. El desempleo, la inestabilidad, la violencia y la inseguridad son aspectos sociales que se agravan después de los desastres, y estas tensiones afectan más a las mujeres en su entorno personal, comunitario y laboral.

La respuesta y recuperación a eventos catastróficos es extremadamente difícil. Si queremos establecer el camino para la adaptación, resiliencia y mitigación al cambio climático, hay que empoderar con urgencia a las niñas, jóvenes y mujeres con oportunidades, destrezas y educación. Hay que darles más herramientas para atender los problemas que enfrentan actualmente y que enfrentarán en un futuro, con soluciones justas que produzcan su bienestar y sobrevivencia.

El huracán María y los valores de su familia fueron los maestros de Liza para saber que, ante la catástrofe, no podemos abandonar a los que nos necesitan. Estoy segura de que la experiencia vivida, su perseverancia y su sentido de empatía le darán las herramientas para tener una voz potente, capaz de poder ejecutar grandes acciones por su comunidad. No dudo que ella, al igual que las niñas, jóvenes y mujeres de Puerto Rico, tenemos la capacidad, solidaridad y resiliencia para ser agentes de cambio y así construir un presente y futuro más seguro para Puerto Rico. Solo necesitamos que los recursos y las oportunidades sigan creciendo para todas.