Son las 6:30 a.m. Con ganas de quedarme un rato más en la cama, me dirijo a la cocina para prepararme una taza de café. Me asomo al balcón, de inmediato subo las cortinas para que el sol ilumine el resto del apartamento y, de paso, declaro que será un día bastante productivo.

Camino hacia el cuarto de mi hija, Lorena, para despertarla. Estamos en plena pandemia y le toca prepararse para la escuela de forma virtual. Luego de desayunar, se peina su melena rizada, se pone el uniforme y comienza su primera clase. La observo, me asomo por la rendija de la puerta, la escucho interactuar con su maestra y gracias a ese sexto sentido, amor de madre -o como le quieran llamar- me detengo y le pregunto: “¿Estás bien?”.

Con voz entrecortada me contesta: “No, mamá. Me siento triste por todo lo que está pasando aquí y en el mundo. Extraño ver a mis amigos, me siento estresada, porque quiero cumplir con los trabajos de la escuela, pero hay temas, en algunas materias, que no domino y deseo sacar buenas calificaciones”.

De inmediato, me senté en un lado de la cama y le dije: “Mi niña, te entiendo perfectamente y valido todos tus sentimientos. Han sido meses cargados de cambios, pronto volveremos a la normalidad y la verdad que lo estás haciendo bien, muy bien. Estoy muy orgullosa de ti, eso jamás lo olvides”.

Esa mañana fue distinta. Me detuve a pensar en la importancia de criar niños emocionalmente seguros y fuertes. Se preguntarán, por qué. Pues, Lorena tuvo la valentía de demostrar sus sentimientos, comunicar sus temores, sus frustraciones y pudo definir claramente que no se sentía cómoda con las circunstancias que la rodeaban. Y señoras y señores, eso está bien. A veces, nos sentimos los reyes de la selva y en otras ocasiones queremos estar dentro de un caparazón como una tortuga.

El trabajo de los padres no es criar hijos perfectos, sino criar seres humanos independientes, conscientes y que sepan que, aunque existan situaciones que estarán fuera de su control, sientan la seguridad de afrontarlas.

Me crié en un hogar donde lo académico era importante, pero no lo más importante. Claro, la educación es esencial, la escuela brinda conocimientos y estructura. Es una buena base para practicar el esfuerzo, la perseverancia y la responsabilidad. Sin embargo, las calificaciones no definen cuán exitoso o capaz puede llegar a ser un niño en la vida. En ocasiones, he llegado a pensar que el mundo se ha olvidado no solo de criar niños felices, sino de la importancia que tienen en nuestra vida y en la sociedad.

El planeta va tan acelerado que, a veces, el sistema o su entorno los va convirtiendo en hombres y mujeres en miniatura. No los apuremos, ellos tienen toda la vida para ser adultos. Sin duda alguna, un niño criado en un ambiente de amor, respeto y valor es el molde de un futuro adulto emocionalmente seguro.

Les confieso que he conocido muchas personas con carreras profesionales exitosas, grandes empresarios y otros, a nivel académico, brillantes. En cambio, sus destrezas sociales e inteligencia emocional cargan una calificación de F.

Mi niña ha tenido la oportunidad de disfrutar su infancia, sin brincar etapas, sin comparaciones, a su ritmo y respetando su individualidad. Soy una madre totalmente imperfecta, pero créanme que no existe un proyecto de vida más importante para mí, que el de mi hija Lorena. Quiero enseñarle a que le dé el valor justo a cada cosa y que pueda aprender a diferenciar los detalles importantes de la vida.

¡Que sea feliz! Lo demás lo vamos aprendiendo en el camino...