De acuerdo con las estadísticas, yo tenía muy pocas probabilidades de completar un grado universitario y tener una carrera profesional fructífera.

Según el censo, en la década de los 90 en Puerto Rico sólo el 5.9% de los estudiantes de escuela pública lograban graduarse de universidad y para la década del 2000 aumentó a 6.9%. En otras palabras, de cada 100 jóvenes del sistema público, sólo cinco o siete completaban un grado de bachillerato. Cuando veo esas estadísticas, pienso en la valentía y las ganas de salir adelante que necesitamos aquellos que nacimos en comunidades desventajadas.

Durante mi vida estudiantil entre el 1987 y el 2000, el concepto de las reformas ya eran el centro de las campañas políticas. En las dos administraciones de Rafael Hernández Colón de 1984 a 1992 hubo cuatro secretarios de educación que trataron de la implementar la estrategia ECA (exploración, conceptualización y aplicación) en el currículo académico. Así está descrito en un informe del Consejo de Educación de Puerto Rico sobre política pública, un plan que para entonces era abstracto para nosotros en el campo de Utuado.

Otra promesa de reforma vino entre 1993 y el 2000 con el gobierno de Pedro Rosselló, que insertó el concepto de escuela de la comunidad. A pesar de tener como norte empoderar a las comunidades sobre sus planteles escolares, quien salió empoderado fue el exsecretario de la agencia, Victor Fajardo, quien defraudó las arcas de Educación por $4.3 millones y fue sentenciado a 12 años de cárcel.

Más allá de las reformas y estrategias pedagógicas del Departamento de Educación, mi formación fue completada por actividades extracurriculares que yo misma buscaba. Desde competencias de declamación de poesía y certámenes de oratoria donde entrené mi memoria y tuve mis primeras dos experiencias improvisando sobre temas, hasta los talent shows donde descongelé el frío olímpico de subirme a un escenario. Desarrollé liderazgo participando de organizaciones estudiantiles como los Futuros Agricultores de América y el club DECA del programa vocacional de mercadeo. En ambos programas tuve la suerte de contar con maestros entregados a sus estudiantes, como Juan Alí Álvarez y Sonia Acevedo.

A pesar de haberme graduado con honores y nutrirme de todas esas facetas fuera del salón de clase, cuando llegué a la Universidad de Puerto Rico, en Río Piedras, era intimidante cuán rezagada estaba en algunas materias frente a estudiantes que provenían del sistema privado. Como todos los retos que he enfrentado, me enfoqué en mí para ser mejor cada día. Esa perseverancia me llevó a completar un bachillerato en comunicaciones y unos años más tarde, graduarme Cum Laude de la Escuela de Derecho de la Universidad Interamericana. Aunque no tenía certeza de que me dedicaría de lleno a las leyes, decidí tomar el examen de reválida porque siempre he creído que los proyectos deben completarse. Pasar esa difícil prueba ha sido uno de los momentos más gratificantes de mi vida académica.

Ir contra la corriente y no terminar en las cifras de deserción escolar o universitaria, requiere un alto nivel de disciplina y sacrificio. Es una realidad que el deterioro del sistema de educación público y la falta de oportunidades de empleos bien remunerados son un disuasivo para las nuevas generaciones, pero al final es el único camino para romper las barreras de la pobreza y aportar a una mejor sociedad.

Reflexiono sobre esto a semanas del comienzo de un nuevo semestre escolar histórico, luego de un año y medio de pandemia. Aprovechen cada experiencia para crecer y buscar dentro de ustedes qué les apasiona lo suficiente para vencer los obstáculos que la vida traerá.