Mientras la vida se vuelve más compleja todos los días, más cosas se tienen en la cabeza. Muchas veces es imposible escuchar la voz interior por todo ese ruido mental. No tan solo la mente se dispersa por lo que es de uno, sino que también por lo que se piensa en torno a los seres queridos, compañeros de trabajo, vecinos, conocidos y demás. Por lo mismo es difícil mantenerse enfocado en las necesidades cotidianas e inmediatas como comer, descansar, divertirse y, también, se olvidan o pasan a un segundo plano las metas de mayor envergadura.

De esta forma, se arriesga el perder el contacto con el verdadero propósito de vida de todos: la felicidad. La felicidad definida como ese estado de bienestar, contentura, actitud positiva y ganas de hacer que todos merecemos. En ocasiones, no enfocarse en esta meta agudiza el sentido de estar perdido, de no pertenecer a ningún lado, de la soledad como ese algo odioso e incómodo. Es así como llega la enfermedad a nuestras vidas. La misma comienza a manifestarse emocionalmente pero también trae sus consecuencias fisiológicas.

Si se quiere retomar la salud y el sentimiento de estar centrado, hay que enfocar. Y, al momento de enfocar es importante trabajar organizar las metas. Esto garantiza el que toda la energía personal este dándole vida a eso que se quiere manifestar. Es importante ayudarse a estar bien en todas las áreas. Esto se logra bien fácilmente: trabajando con una sola meta a la vez: la felicidad.

Una estrategia fácil y sencilla para conectar con la felicidad es conectar con el sentimiento. Reconocer qué se siente y cómo se siente. Por eso, como digo en mi columna pasada, léela aquí, atender el sentimiento es importante para manejar la vulnerabilidad de una forma saludable. Hacerlo ayuda particularmente con el objetivo de tener el sistema emocional activo; trabajando para lo que sí se quiere sentir más a menudo: la felicidad.

Por otro lado, la meta de estar feliz requiere el que se integren elementos cotidianos dirigidos a ello. Por ejemplo, actividades complementarias a la rutina que sean fáciles, accesibles y realistas. Específicamente, se pueden integrar actividades tales como alguna comida, ejercicio, manualidad, una ruta en carro particular, una siesta en el almuerzo, una caminata o cualquier combinación de estas u otras posibilidades. Lo importante es tener un plan ya pre establecido para no olvidarlo o desenfocarse.

Además, todo lo que se hace debe estar enmarcado en torno a la siguiente pregunta: ¿cuánto esto que estoy haciendo contribuye o no a mi felicidad? Este es el monitoreo activo que se debe tener en torno a la vida para así poder ir ajustando las decisiones inmediatas hacia la única meta que acoge todas las metas. Decidirse por la felicidad es una decisión inteligente y justa. Abogar por ella a nivel personal es la mejor gestión que se puede emprender pues es cada quien responsable de alcanzarla.

Alejarse del pesimismo global es una buena forma de trabajar la meta. Mantengamos alejadas a las personas, las historias, las situaciones que nos llevan al hoyo oscuro de la infelicidad. Por el contrario, hagamos lo posible por conectar con todo lo que nos inspira a ese bienestar alcanzable de la felicidad. Contagiemos el entorno de esa energía feliz que traen los niños, el juego, lo positivo, el alcanzar alguna meta y la determinación de vivir plenamente.

La recomendación es acoger esta meta por un tiempo específico, preferiblemente, dos meses para que entonces te sientes a evaluar resultados. Mide cuan feliz te sientes. Dale un valor a tu felicidad en una escala del 1 al 10; 10 siendo lo máximo. El ver los resultados te ayudará a seguir enfocando en la meta de la felicidad.