Por Ricardo Negrón-Almodóvar / Co-Fundador de Del Ambiente, grupo comunitario que promueve el desarrollo de la comunidad LGBTQ+ boricua en Florida y es un sobreviviente de la masacre en el club Pulse

Hoy, 12 de junio, se cumplen 4 años desde que un ser motivado por el odio arrebató la vida de 49 personas en el Club Pulse en Orlando.

Para quienes desconocen de esta masacre, sucedió en la madrugada del domingo 12 de junio de 2016, durante el mes del orgullo LGBTQ+, en una discoteca que celebraba la noche latina.

Estos detalles hay que mencionarlos porque cuando preguntan el por qué se celebra, por ejemplo, un mes del orgullo LGBTQ+ la respuesta es porque la comunidad LGBTQ+ sigue siendo el blanco de actos y crímenes motivados por el odio.

No digo esto por victimizarnos; lo digo desde el punto de vista de alguien que sobrevivió ese mortal ataque y ha aprendido sobre las injusticias que viven las personas de la comunidad.

Acá en Orlando, donde he vivido por casi 5 años, el mes de junio tiene varios significados. Hay para quienes es un mes lleno de tristeza y dolor por la pérdida de seres queridos. Hay para quienes es un mes que demuestra el poder de la unión tras una tragedia y la resiliencia de un pueblo. Hay para quienes es una mezcla de ambas. Hay para quienes es otro mes más.

Para mí, el mes de junio y cada 12 de junio que el calendario marque, significa una oportunidad para pausar de la vida cargada que uno puede estar llevando y reflexionar sobre dónde nos encontramos como sociedad. ¿De verdad las cosas están mejorando o es más como comerse un dulce de algodón, que es muy bonito y todo, pero se vuelve efímero y empalagoso?

Tras la tragedia en Pulse, decenas de personas se vieron forzadas a entender que el mundo no es solo solo como lo veían; comprendieron que existe una diversidad cultural vibrante que nos complementa y hay mucho más allá de lo que podemos ver frente a nuestras narices.

Muchas personas entendieron que el hecho de ser LGBTQ+ no te hace un ser extraño o diferente y que la “agenda homosexual” con la que tanto amenaza el cuco no es nada más que la misma agenda de todes: levantarse, trabajar, descansar y repetir.

Otras personas decidieron mantenerse firme en sus posturas neandertales e inclusive hasta celebraron la muerte de tantas vidas inocentes. No son la mayoría -estas últimas personas- pero ciertamente pueden crear mucho ruido, sobre todo en estos tiempos donde las percepciones y las opiniones son tan fácil de manipular a través de las redes sociales.

Fue este tipo de persona inescrupulosa la cual causó la muerte de Alexa en Puerto Rico por esparcir rumores sin contemplar las consecuencias ni tener empatía con el prójimo. Es por este tipo de persona, la que vive para odiar, la razón por la cual aún debemos seguir luchando.

¿Cómo luchamos efectivamente contra el odio?

Esto es una pregunta que nos debemos hacer no solo cuando se acercan fechas marcadas por dolor, sino una interrogante/motor para ser mejores personas.

Recientemente una activista muy reconocida por este lado del charco mencionó que Orlando es una ciudad donde su gente es muy compasiva, inclusiva y empática. Que aquí creamos magia pues la gente de todo el mundo ve este lugar como el lugar donde los sueños se hacen realidad. Ella no se equivoca del todo. Ciertamente por este lado se ha aprendido mucho en los últimos 4 años y se ha hecho lo posible por fomentar una cultura de aceptación. Basta con ver las banderas de arcoíris en todos los postes de la ciudad. Pero al juzgar por cómo se desbordan las calles contra la brutalidad policial; la lentitud de algunas autoridades en entender que tienen una obligación hacia sus poblaciones hispanohablantes de mantenerles siempre informadas, particularmente en momentos de emergencia; y lo difícil que es la vida para la clase trabajadora que es quien en verdad crea esa magia que no puede disfrutar, aún queda un largo camino por recorrer y no podemos adornar las cosas.

El odio lo combatimos reconociéndose de entrada y llamándolo lo que es.

Ya sea que venga disfrazado de proyectos de ley con intenciones nebulosas; o de palabras que se esconden tras el escudo de la sátira o la comedia; o de un gobierno que ni siquiera reconoce públicamente que 23 de las personas que murieron en Pulse aquella madrugada eran boricuas; el odio hay que pararlo en seco. Porque cuando se busca excusar un acto de odio, nacen más, como la yerba mala.

Recuerdo que hace años un buen amigo me decía “somos muchos como las estrellas” -refiriéndose a las personas del ambiente-, pero no recuerdo ver muchos lugares que llamaran abiertamente a la participación de las personas lesbianas, gays, bisexuales, transgénero o queer fuera de ser personajes jocosos o estrambóticos en algún show. El odio lo detenemos practicando la inclusividad. El odio lo detenemos educando. Hablando sobre la diversidad.; sobre cómo no todes somos iguales, pero no hay nada mal en eso pues no tenemos que ser iguales, tenemos que respetarnos.

El odio lo detenemos velando como nos expresamos. El odio lo detenemos creando espacios para las voces que suelen no ser oídas. El odio lo detenemos reconociendo que hay quienes tienen o tenemos privilegios que otres no tienen y que debemos usar esos privilegios para fomentar la equidad, no como instrumento para crear más división.

El odio también lo detenemos eligiendo representación adecuada. El odio lo detenemos quitándole el poder a quienes desde sus escaños, a las espaldas del pueblo, toman decisiones para el beneficio de algunes solamente. En fin, hay muchísimas maneras en las que podemos ponerle un alto al odio. Solo requiere tener la voluntad de hacerlo.

Si algo aprendí tras haber sobrevivido el ataque en el Club Pulse hace 4 años es que tenemos el deber de usar nuestras voces para luchar contra la discriminación, la desigualdad, la opresión y el odio. No hacerlo es rendirse, y rendirse ante el odio no es opción porque el odio mata.