Enfrentarse a situaciones fuera de control a veces son bofetadas que recibimos para asumir el control.

Las pasadas semanas me tocó; tuve que dar cara a una emergencia de salud de mi hija, por la que estuvimos varios días con estadía no deseada en el hospital.

Soy de quienes, por aquello de pasar de alguna forma las interminables horas en el hospital, me dedico a analizar las personalidades que por allí transitan. Desde quien va por un dolor de garganta y se queja porque primero atienden a quien llega con síntomas de un ataque de asma, hasta los que son asiduos a la sala de emergencia y se conocen el protocolo de arriba a abajo. O aquellos que quieren saber más que los doctores y les dicen del saque que les pongan tramadol o demerol, que con eso se les quita el dolor.

Pero lo que realmente me dio un bofetón -y no de cariño, como dice Yizette Cifredo- son los viejitos y viejitas que llegan en ambulancia y no hay ni un alma que les acompañe. Entonces, son los enfermeros y enfermeras quienes se hacen cargo -siempre que el “rush” se los permita- y con toda la paciencia del mundo les cambian hasta la ropa cuando se hacen alguna necesidad encima, o les dan una sabanita adicional para que se arropen del frío de madre del hospital. Pero esto es tema para otra columna…

Y entre gente y gente están las que, sin encomendarse a nadie, ponen los celulares a to’ jendel y nos obligan a oír el video que están viendo o a escuchar la conversación que tienen con sabe Dios quién. O mejor dicho, sí sabemos con quién porque nos enteramos, con pelos y señales, de lo que debió ser algo privado. Encima de todo, lo hacen al lado de alguien con un dolor de madre, que siente que se lo lleva Pateco, o de quien está pasando un momento difícil, porque está junto a un familiar con la salud comprometida.

No quiero pensar que esta doñita cincuentona está maniática; me niego. Quiero pensar que es algo conocido como sentido común que todos deberíamos tener.

Aún así, me lo tengo que sacar del sistema porque si no reviento.

Mire, mi gente linda, consideración, please… El celular, escúchelo usted, cómprese unos aparatitos que se llaman audífonos y póngaselos. Más aún si se encuentra en una sala de emergencia, en un hospital o en algún lugar esperando ser atendido. A nadie más que a usted le interesa escuchar la conversación que tiene, y mucho menos oír el videíto que tanto está gozando.

Cuánto disfruté cuando escuché a una enfermera llamarle la atención a alguien que estaba viendo un videíto en un pasillo de la sala de emergencia y el resto obligados a oírlo también: “¡Mire, aquí no se puede hacer eso!”, le dijo con toda la autoridad del mundo al susodicho, a quien no le quedó de otra que tumbarlo. Me hubiese encantado haber sido yo… ¡Se la comió!