Luego de unos días triste para el servicio público por la confirmación de los actos delictivos de dos alcaldes del país, hemos levantado la conversación anual de la corrupción en Puerto Rico.

El sustantivo corrupción proviene del latín corruptio. Este a su vez proviene del verbo corrumpere, que significa echar a perder; descomponer. La raíz verbal rumpere tiene origen onomatopéyico. Quiere imitar el sonido de algo que se rompe de un modo cualquiera. Por tanto, de aquí que se utilice la palabra corrupción para describir cuando el ser humano ha perdido la brújula moral o ética radicada en su espíritu o corazón.

La corrupción en el servicio público llega desde ese individuo o persona que antes de ser servidor público es un ciudadano común que ha sido formado culturalmente en la sociedad en la que convive. Dado todos los casos de corrupción por los últimos 20 años, en Puerto Rico podemos constatar que es un fenómeno social que va más allá del mármol de nuestras instituciones oficiales.

Sin embargo, ¿qué papel juegan los centros educativos de nuestro país en la formación de un ciudadano íntegro, intolerante a la corrupción? ¿Cómo podemos trabajar para que el espíritu de un servidor público no se quiebre ante los apetitos de tener? Los valores buenos o malos que rigen a un futuro servidor público nacen desde la familia y luego se refuerzan en el lugar que se convierte el segundo hogar de un niño y joven de 4 a 18 años: la escuela.

El estudiante cuando llega a la escuela se expone a una cantidad de oportunidades para formar un espíritu ético que perdure para siempre. Sin embargo, no siempre es así. Cansados estamos de ver cómo las aulas se convierte en una escuela del crimen organizado. Igualmente, las prácticas de plagio, el poco reto académico y el “ay bendito” hace que desarrollemos ciudadanos con una cuestionable brújula moral.

El filósofo griego Pitágoras decía que: “Educar no es dar carrera para vivir, sino templar el alma para las dificultades de la vida…” Por tanto, el proyecto educativo de cualquier institución que promueva una formación integral debe cuidar el desarrollo ético de un estudiante, según va pasando de niveles.

Los currículos de nuestras escuelas más allá de exigir un curso de valores donde el estudiante pase satisfactoriamente o repruebe el mismo, deben llevar a que el estudiante practique lo discutido en la materia de valores en escenarios accesibles a su nivel escolar. Las conductas de amor cívico deben ensayarse desde temprana edad para que la conciencia adulta se mueva hacia una intolerancia a la corrupción.

Por tal razón, no es suficiente crear un currículo basado en un solo desafío o problema, sino en todas las dificultades latentes que el estudiante enfrentará al salir del salón de clases.

Dentro de cualquier plan anticorrupción debe estar organizado el método de cómo atenderemos este asunto desde el ámbito educativo en nuestras escuelas. De esta manera, tendremos estudiantes que serán servidores públicos con un interés genuino de ayudar a nuestra sociedad.