Por: Dr. Gustavo G. Cortina Rodríguez, Especialista en Salud Pública y Prevención

Algo que podemos notar a simple vista es la fatiga a la pandemia; es real y es fuerte. Estamos cansados de no hacer nuestras actividades de rutina, de ser extremadamente cuidadosos y de sentir miedo a poder contagiarnos o contagiar a los demás. No obstante, esta fatiga es peligrosa y oportunista para un virus que se comporta como el SARS-CoV-2. Nuestra fatiga colectiva está haciendo que algunas personas se descuiden, una de las razones por las que el número de contagios por COVID-19 ha aumentando en Puerto Rico.

Enfrentar esta fatiga es esencial para cuidar de nuestra salud y vencer el novel coronavirus, que nos ha quitado muchas personas a nivel mundial. A pesar de que la gran mayoría de la población entiende la magnitud de los tiempos que vivimos, esto también aumenta el cansancio y el estrés. Al principio, con optimismo, pudimos observar como la población al unísono se quedó en casa y existía un apoyo comunitario para evitar que la situación escalara en nuestra isla. Con el tiempo, ese sentido de unión se ha ido desapareciendo poco a poco mientras aumentan las barreras provocadas por la pandemia.

Estas barreras van desde las personas que han perdido familiares a causa del virus u otras condiciones y no han tenido un espacio de despedida, pérdida de empleos y hasta el acto de no poder abrazar a tus seres queridos. Esa pérdida de optimismo se ve atada a la decisiones de política pública que ponen en riego al vulnerable, la desinformación peligrosa, politización de un virus, la insensibilidad, entre otros. Estas situaciones exponen a la población a una anticipación acelerada de una normalidad que puede provocar conductas de riesgo o desesperanza ante el virus.

Dr. Gustavo G. Cortina Rodríguez, 
Especialista en Salud Pública y Prevención
Dr. Gustavo G. Cortina Rodríguez, Especialista en Salud Pública y Prevención (Suministrada)

Aún no conocemos todos los efectos que provoca contagiarse por COVID-19. Desafortunadamente, se ha creado una percepción peligrosa de que el virus solo tiene dos desenlaces: vida o muerte. Pero no es así. Muchas investigaciones apuntan a que hay unos efectos a largo plazo provocados por la infección viral como: encefalitis, daño neurológico, fallos renales, problemas psiquiátricos, daños al sistema digestivo, problemas cardiacos y vasos sanguíneos, problemas en la piel, entre otros.

También personas con coágulos en la sangre y pulmones (aunque sean asintomáticos), algunas personas tienen que comenzar a dializarse y otros desarrollan daño cerebral permanente. Lo que llamamos “leve” en este virus hay que verdaderamente analizarlo de cerca para comprenderlo. La alfabetización o literacia en salud sigue siendo una gran barrera para esta emergencia mundial. Al día de hoy, muchas personas tienen dudas en información clave para mitigar los efectos a nivel individual y colectivo.

Los determinantes sociales de la salud muestran solo algunas variables de las que enfrentan los seres humanos en esta pandemia, incluyendo las inequidades y accesibilidad a servicios de salud por poblaciones vulnerables. Esto debe ser atendido con política pública sensible y con un compromiso genuino de equidad y justicia social.

Este es el momento en que la población mundial debe estar en la misma página y minimizar los efectos de este mortal virus. La humanización en la salud es un elemento que debe estar presente no tan solo por los salubristas, sino por todos. Este virus, además de las medidas de prevención y protección, necesitamos combatirlo con compasión y solidaridad.