La amapola en la cabeza
“Una amapola (o una flor de maga, no vamos a deshojar margaritas en este punto), la más humilde y “sata” de las flores (...) coronaba su cabeza. El énfasis no solo era en lo femenino, ya subrayado por las espesas pestañas de la corredora, sino en lo criollo, en lo jíbaro, en lo NUESTRO”.

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 4 años.
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Con el triunfo olímpico de Jasmine Camacho-Quinn, confiriéndole a Puerto Rico su segunda medalla de oro, han surgido muchos comentarios, en su mayoría felices, conmovidos y patrióticos, salpicados por algunos simplemente mezquinos que no vale la pena ni repasar.
La gloriosa estampa de la vallista en el momento triunfal de recibir la presea y escuchar el himno nacional provocó lágrimas felices en todos, o al menos todos los que nos sentimos puertorriqueños. Pero, además de emocionarnos al escuchar “La Borinqueña” y ver nuestra bandera ascender en posición protagónica, muchos, muchísimos, quedamos impactados por el sencillo mensaje de la flor engalanando el afro de la atleta que nos representa.
Una amapola (o una flor de maga, no vamos a deshojar margaritas en este punto), la más humilde y “sata” de las flores, de esas que vemos en los jardines de las abuelas -porque en los diseños paisajísticos modernos no tienen lugar- coronaba su cabeza. El énfasis no solo era en lo femenino, ya subrayado por las espesas pestañas de la corredora, sino en lo criollo, en lo jíbaro, en lo NUESTRO.

¿Dónde están en los jardines de las “urbanizaciones cerradas” las Cruz de Malta, los helechos, los jazmines trepadores, las “matas de agua”, las gardenias, las Isabel Segunda…? ¿Dónde están los árboles de flamboyán, de María, de caoba, de mangó, jobos, grosellas, panapén y aguacates? ¿Dónde están los arbustos de acerolas y guayabas, las enredaderas de parcha y chayotes, y las palmas de coco?
Es claro que la mayoría de esas plantas y árboles no son endémicos de Borinquen, pero se han adaptado a nuestro clima. Como muestra, observemos cómo nuestros flamboyanes, que tradicionalmente florecían tarde en la primavera, “negándole la flor a mayo”, en los últimos años han estado floreciendo tan temprano como marzo o abril. El clima cambia, y la flora con él.
Pero los árboles han sido demonizados en esa absurda expansión urbanística que ha vaciado nuestros cascos urbanos y ha sembrado de hormigón los campos que debieran servir a nuestra agricultura. Después de todo, los árboles “levantan aceras” y “ensucian con sus hojas”… y así los que sembraron nuestros padres y abuelos son talados inmisericordemente, dejándonos rehenes de toldos, cortinas, terrazas techadas y el omnipresente acondicionador de aire.
Mientras, las plantas ornamentales que antaño fueron orgullo de las abuelas, tías y madrinas, sembradas muchas veces en latas de galletas, han sido sustituidas por exóticas variedades para el “diseño paisajístico” o “landscaping” que hará sentir envidia al vecino, o al menos no deslucirá la elegante urbanización.
Por eso me complació tanto ver la amapola (o flor de maga; no sigamos deshojando la margarita) en la cabeza de nuestra medallista Jasmine Camacho-Quinn, comprada “online”, según su mamá, María.
Mucho énfasis ha hecho la atleta en su afán por honrar su herencia cultural por la rama de su madre y de su abuela. Obviamente, esa herencia, que María -su madre- llevó consigo cuando apenas de nueve años emigró a EE.UU., tenía raíces fuertes, muy fuertes… raíces que han florecido en la cabeza de su hija.
Celebremos nuestras raíces, como lo ha hecho Jasmine. Celebremos nuestra herencia. Celebremos nuestra manera de ser y de vivir. ¡Celebremos la amapola en la cabeza!