El fin de semana cayó la gota que causó el desborde a través de toda Cuba. Miles salieron a las calles a protestar contra las penurias que viven a diario en un país agotado y desgastado por años de escasez y dificultades económicas.

Para cualquiera de los millones que tenemos raíces en Cuba, fue otro episodio más de la agónica relación con una tierra que se ama, pero que, a la vez que paga por la osadía de desafiar el orden dictado por los imperios, no consigue progresar ni dar espacio a opiniones divergentes, y acaba colocándote en la penosa ruta del exilio.

Como cubano se sufre con todo lo que pasa allá con tu gente. Se sufre con la pobreza que lleva a la gente a la protesta, con la terca respuesta represiva a esa protesta y la prensa que la informa, con la mala gestión interna que agudiza esa pobreza, con el bloqueo y las sanciones económicas externas que también exacerban esa pobreza, con los fuegos que se agitan para poner a hermanos y hermanas a pelear entre ellos hasta el odio.

Desde la distancia, molesta en particular ver cómo se usa la desgracia del pueblo cubano desde cuantos bandos e intereses, desde la derecha, desde la izquierda, no pocas veces con derroche de hipocresía, sin piedad ni decoro alguno, para promover agendas, ideologías y conspiraciones.

Molesta también ver cómo, de repente, surgen miles de “expertos”, como si Cuba fuera el centro del universo y todos la estudiaran hasta el más minúsculo detalle, a dar toda clase de opiniones, algunas descabelladas, totalmente desinformadas, profundamente parcializadas, con información a medias cuidadosamente acomodada. Hablan, con tono de autoridad, sobre algo que, o conocen poco, o no conocen en absoluto. Aparentan abogar, ahora con el tumulto, como si la combinación de factores que condujo a esta ebullición no hubiese estado ahí por décadas, sin que les importara o hicieran lo más mínimo por intentar aliviarla o remediarla.

Osman Pérez Méndez, periodista
Osman Pérez Méndez, periodista (Archivo)

No pocos se olvidan, quizás convenientemente, de la pandemia que arrasa economías por todo el planeta, y deja más profundo impacto donde ya había carencias.

Así, en el torrente de desinformación, entre las tristes imágenes reales que hablan por sí solas, se incluye toda clase de fotos y videos falsos o truqueados. La información verídica a menudo se ahoga en el torbellino de manipulación, al que para colmo de males contribuye la respuesta de aislamiento oficial.

Peor aún es ver a quienes, al plantear salidas, rugen contra la inflexibilidad del gobierno, pero no contra las sanciones económicas, o viceversa, como si una cosa no se relacionara con la otra, como si no se alimentaran y envenenaran mutuamente.

No faltan los que, de un lado y del otro, llaman incluso a la violencia, a la represión, a intervenciones armadas, a que corra la sangre y se sacrifiquen vidas de la gente atrapada en esa tormenta. Llaman a las trincheras, en lugar del diálogo y la búsqueda de verdaderas soluciones. Reciclan empecinados discursos de culpar al otro sin mirarse al espejo, reviviendo historias del siglo pasado e ignorando que en la calle hay muchos hijos de este milenio que desean mirar al futuro, preferiblemente con alacenas y escaparates que no estén vacíos.

Y como se trata de Cuba, que todo lo que le concierne suele verse en actitudes extremas, las peleas e insultos trascienden sus fronteras y se esparcen por el mundo a través de las redes sociales en su versión más tóxica.

A fin de cuentas, poco, si algo, parecería importar a muchos que detrás de todo está el sufrimiento de cubanas y cubanos.

Esas actitudes oportunistas, violentas, vengativas, manipuladoras, deshonestas, sensacionalistas, no puedo más que repudiarlas, vengan de donde vengan.

Afortunadamente, hay gente que ha tratado el asunto con seriedad y la mayor imparcialidad posible. Afortunadamente también, hay mucha solidaridad de muchísima buena gente que expresan su preocupación genuina y que desean que todo se resuelva de manera pacífica.

A eso aspiramos, a una solución de este añejo estancamiento, a progreso y más libertades, pero bajo los términos y condiciones que determine la propia gente de Cuba, sin presiones, sanciones, ni intervenciones foráneas, sin agendas especiales.