Hace unos días me topé dentro de un auto con una persona muy conversadora. Luego de maldecir la lluvia y culminar su llamada telefónica me preguntó qué hacía con mi vida, qué estudiaba. “Periodismo”, le contesté. En algún momento le mencioné que me gustaba cubrir manifestaciones. “Tú eres brava”, dijo.

Enseguida criticó las protestas del pasado mes convocadas por estudiantes de la Universidad de Puerto Rico (UPR) en contra del recorte de $94 millones a la institución.

“Esos estudiantes de la UPR son unos tecatos y más los de Río Piedras. Esos que hacen los piquetes son siempre los mismos. Por eso es que el país está así”, y recalcó lo inconformes que son porque, según él, protestan por todo.

El pensamiento no es nuevo y mucho menos lo es el afán de señalar y culpar a los estudiantes, a esos que han bautizado como la generación de cristal.

No existe una definición oficial, pero el término “de cristal” se utiliza en Latinoamérica despectivamente para señalar a aquellas personas que cuestionan la norma en el lenguaje, el género, la raza, los sistemas económicos y la educación, entre otras. Se les atribuye principalmente a jóvenes nacidos en la década de los 90 y 2000. Quienes les critican afirman que “se ofenden por todo”.

¿Y en nuestro país? ¿Qué significa para Puerto Rico tener una generación de cristal? Si bien es cierto que, como escribe Silverio Pérez, la vitrina está rota y vivimos en un archipiélago quebrado económica, política y moralmente, entonces ¿qué caramba sigue pasando aquí? La relación colonial que tiene Puerto Rico con Estados Unidos ha llevado a muchos puertorriqueños a resistirse en desafiar al estado; crecimos como un pueblo intimidado. Culparse entre sí mismos de la desgracia socioeconómica resulta más fácil que pasar horas consignando frente a la Fortaleza exigiendo una educación superior accesible. Todo lo que implica desorden, incomoda.

Alexandra Acosta Vilanova
Alexandra Acosta Vilanova (Suministrada)

La crisis en Puerto Rico exige más y ofrece menos, y quienes pueden afrontarla son esas personas capaces de ser sensibles. La generación de cristal, que surgió con la era digital, participa de intercambios de información que generaciones pasadas no tuvieron. Las redes sociales permiten conversar sobre la familia que continúa viviendo bajo toldos azules, a los que se les imposibilitó estudiar en la UPR por el aumento de costos en matrícula, al policía que asfixió a una persona negra por su color de piel, al hombre que silba sin consentimiento a una mujer que camina en la calle, y el doble esfuerzo que dedican las personas trans en busca de oportunidades laborales. Ahí nace la sensibilidad por cuestionar todo lo que violenta los derechos humanos.

Una generación que cuenta con la accesibilidad de empatizar ante los principales problemas que derrumban a su país tiene el poder de desistir a lo que ya estaba roto.

Aquella persona del auto representa a la contraparte que, como contestación, algunos ya comenzaron a llamar generación de cemento. El cemento ciega, oculta y nada se logra ver a través de él. Si se construye bajo las reglas de quienes lo han hecho antes, su forma y estructura jamás cambiará. En Puerto Rico se reproduce el pensamiento de que es necesario obedecer las decisiones que toman los gobernantes, provocando que violencias machistas, raciales y hasta clasistas pasen desapercibidas. El cristal es transparente y lo que se observa, existe; llamar las cosas por su nombre, preguntar, denunciar y fiscalizar es una forma de unir los pedazos para crear una nueva vitrina.