Por Johanna Rosaly / actriz

Hace ya tiempo que vengo usando como lema en mi cuenta de Instagram la etiqueta (“hashtag”) #lavidaesbella. Tengo un tazón para tomar café con esa frase, así como una pegatina de ella en la pared de mi dormitorio. Y procuro tenerla en mi mente cada vez que me agobian los males que colectiva y personalmente nos y me aquejan.

Que son, indudablemente, MUCHOS.

Pero recientemente la vida, esa vida que es bella, me recordó con una de sus maravillosas ‘causalidades’ cuán bella es.

Como publiqué en las redes sociales, el día 4 de este mes de agosto celebré —en la misma fecha— dos cumpleaños muy especiales: los 50 de mi primer hijo y los 4 de mi primera nieta.

Cincuenta años de edad y un cumpleaños de oro (ese en el que coinciden la edad con el día del mes) ya son razón de más para celebrar. Pero más aún para mí porque marcaban dos importantes hitos en MI vida: ser madre (jovencísima, a los 22 años) y ser abuela (ya vieja, a los 68 años).

Sin embargo, la celebración cobró un significado mayor en estos tiempos de pandemia, encierro, debacle económica, desempleo, corrupción rampante, desfachatez administrativa y ciudadana, desvalorización de la cultura y las arte, recurrentes carencias de servicios básicos de electricidad y agua, terremotos y huracanes mal atendidos, y la nube negra del daño a la naturaleza que se cierne sobre la humanidad.

No soy ciega a las dolorosas realidades que vivimos, pero intento ponerlas en perspectiva histórica. Quien estudia la historia como recurso para comprender el presente y vislumbrar el futuro comprende que ésta nos habla de grandes personalidades que en su momento fueron todopoderosas y terminaron sus días miserablemente (Hitler, Napoleón), grandes calamidades que dieron paso a maravillosas realidades (hambrunas y persecuciones en la Europa del siglo 19 que motivaron la inmigración a América), tragedias insondables que provocaron logros científicos asombrosos (la bomba sobre Hiroshima y los avances de la era nuclear), y ve en lo negativo el potencial de algo positivo.

La celebración de la convergencia de los dos hitos personales me hizo mirar con otros ojos las calamidades que hoy vivimos. Me dio pausa y calma. Me convenció de que no importa cuán difícil sea la lucha por un mundo mejor —y siempre, SIEMPRE hay que luchar— la vida merece celebrarse.

Porque, a pesar de todo, la vida ES bella.