Por Johanna Rosaly / Actriz

Los actores, buscando darle sinceridad a nuestras interpretaciones, rebuscamos en la psiquis y circunstancias del personaje cuál es su motivación, por qué hace esto o aquello. Cuando lo comprendemos, lo podemos ejecutar cabalmente, por mucho que en lo personal nos repugnen sus actos y aunque no coincidamos con el carácter del personaje.

Y ese afán por entender, por comprender -si somos buenas personas- casi siempre lo llevamos a la vida cotidiana. ¿Por qué me miró feo esa persona? ¿Por qué aquel conductor me dio un corte de pastelillo? ¿Por qué la recepcionista me ladró en lugar de saludarme amablemente? Entender (o imaginar) una motivación para esas acciones nos ayuda a mirar con benevolencia a un prójimo que a veces nos desconcierta con sus actos disparatados, hostiles y a veces hasta crueles.

Johanna Rosaly (Archivo)
Johanna Rosaly (Archivo) (GERALD.LOPEZ@GFRMEDIA.COM)

Por eso, cuando a través de Tuiter, mi medio de información inmediata favorito (@jrosaly0113), vi y escuché las entrevistas en las que primero la gobernadora y luego la alcaldesa de Ponce declaraban llenas de convicción lo contentos que supuestamente están los refugiados de los terremotos, traté de buscar las motivaciones para sus palabras

¿Por qué dijeron semejantes disparates? ¿Qué las llevó a tales mentiras? ¿Realmente CREEN lo que dijeron? ¿Cómo justificar tan insensibles palabras? ¿Qué tienen en común ambas entrevistas?

Obviamente, en común tienes que ambas son ejecutivas gubernamentales aferrándose a sus puestos, y pertenecen a la misma colectividad política. Pero más allá de lo obvio, observé a dos mujeres mayores entrevistadas por dos periodistas jóvenes y masculinos, uno de ellos estadounidense.

A las mujeres de mi generación -y hago la salvedad que tanto la gobernadora como la alcaldesa son algo más jóvenes que yo- nos inculcaron como parte de nuestra cultura de discreción femenina, a no llevarle la contraria al varón, a ahorrarle malos ratos, a minimizar los problemas frente a ellos. La consigna era “buscarles la vuelta”, resolver los problemas “antes de que llegue tu papá”. A muchas nos costó años de introspección liberarnos de esos amarres culturales. Otras, aún los conservan.

¿Fue eso lo que motivó a la gobernadora y la alcaldesa? ¿Estaban tratando de presentar un panorama feliz ante los varones que las interpelaban para no causarles malestar?

No es plausible pensar que sus palabras iban dirigidas al pueblo. En nuestro país todo el el mundo es primo de alguien, lo que pasa en Tallaboa lo saben en Fajardo, y si la cuñada pasó mala noche en Ponce, la familia en Arecibo se preocupa. Todos sabemos de cómo es la vida bajo las carpas, durmiendo en catres, a merced del frío, los mosquitos y la falta de privacidad. No va a engañar a nadie en Puerto Rico quien diga que están felices los que pernoctan en los campamentos. ¿Por qué decirlo?

Habría que llegar a la conclusión que sus palabras iban dirigidas exclusivamente a sendos interlocutores: sus entrevistadores masculinos, y que procuraban disimular ante ellos “para ahorrarle malos ratos”, para “quedar bien”.

Si fue esa su motivación, les tengo noticias: estamos ya en la tercera década del siglo 21. Las mujeres ya no están en las de ahorrarle malos ratos a nadie, sino en las de sonar sus cacerolas, real o figurativamente. Y sobre todo, que sus puestos ejecutivos no son para “quedar bien”. Sus puestos requieren VERDAD, no eufemismos.

Queremos ACCIÓN, no disimulo.