Toda mi vida soñé con ser padre. Dios me concedió ese regalo por primera vez un 18 de septiembre del 2010. Ese día nació Victoria Sofía, extremadamente prematura, con sólo 25 semanas de embarazo de mi esposa.

Recuerdo el momento en que recibí la llamada, pues laboraba como abogado y me encontraba reunido con la presidenta de la Escuela de Medicina de Caguas, donde fungía como su asesor legal. Tuve que salir de emergencia hacia Ponce para encontrarme con un cuadro crítico.

Aunque soñé con ese momento, no pude ver cuando nació mi primera hija y sólo me permitieron observarla por unos segundos para llevarla a la Unidad de Intensivo del Hospital Damas.

Mi niña pesó una libra y sus posibilidades de sobrevivir eran apenas un 10%. Durante el tiempo en que estuvo en el área de intensivo neonatal recibió múltiples transfusiones de sangre, tuvo sangrado craneal e incluso sufrió una infección en los intestinos que puso en riesgo su vida.

Recuerdo en una ocasión salir de mi oficina de emergencia para ir a despedirme de Victoria, ya que sus signos vitales y su oxigenación eran débiles. En ese momento dirigía a un grupo de jóvenes de mi iglesia llamado “Renacidos en el Espiritu”, que formó una cadena de oración para darnos fuerza durante ese proceso y diagnóstico.

Las expectativas de vida eran pocas, pero Dios puso en el camino al cirujano pediátrico Dr. Rivera Pedrogo y la salvó. Luego el resto es historia.

Todos conocen a Victoria Sofía, una niña con perlesía cerebral que ha vencido todos los pronósticos de vida y es la “negrita de papá”.

Así comenzó mi primera experiencia de padre. No pude verla nacer, pero si la vi sobrevivir.

El 14 de junio del 2011 nació Isabel Sofía. En ese proceso de parto sí pude estar presente. Nació en el Hospital Pavia de Santurce y muy saludable.

Pude ver cuando abrió por primera vez sus ojos y sentir la experiencia que todo padre cuenta que le cambia su vida para siempre.

Isabel Sofía es una niña inteligente, madura y con las mismas actitudes que su padre (las buenas y las malas). Esa fue mi segunda experiencia de padre.

El 15 de noviembre de 2019 muere la madre de mis hijas luego de una dura batalla por varios años contra el cáncer (leucemia). Ese día, en el hospital municipal de San Juan lloré hasta que no quedó una sola lágrima en mis ojos y sentí un dolor inmenso en mi corazón. Un dolor que no tiene comparación.

No sólo me dolía mi corazón porque perdía a mi esposa, sino que me dolía mucho más el ver que dos niñas pequeñas se quedaban sin su madre.

¿Cómo les diría la noticia? ¿Cuán doloroso sería para ellas crecer sin su madre? ¡Eran tan pequeñas!

En ese mismo instante me prometí no llorar más y entregarme en alma, vida y corazón por mis hijas. Ellas no podían también perder a su padre.

Aquí es donde comienza realmente mi apostolado de vida y la razón por la cual siempre sentí desde joven que tenía un llamado a enfrentar retos fuertes. No gasté ni un segundo de mi tiempo en cuestionarle a Dios por su decisión y le pedí fuerzas, porque sabía que el camino sería duro.

Además de tener la responsabilidad de mis hijas, también tenía en mis hombros el peso de levantar un pueblo destruido por el huracán María, inmerso en una profunda crisis fiscal y enfrentando una pandemia que ponía en riesgo la vida de todos. A eso se suma que acepté ser el líder de la mayoría de los Alcaldes del País en un momento de grandes retos y luchas. Muchos podrán preguntarse cómo tengo tiempo para cumplir con todo.

Bueno, puedo tener muchas responsabilidades ante mi pueblo y el país, pero todos los días mi mañana comienza con la difícil decisión de qué desayuno les preparo a mis hijas, qué peinado les hago y con cuáles pantallas las combino.

Victoria siempre es la más difícil. Por ella me levanto todos los días a las 5:00 de la mañana y espero que su guagua escolar la recoja. Con Isabel, la pelea es para levantarla y procuro siempre llevarla personalmente a su escuela.

Ambas estudian en escuela pública. Aunque el proceso es intenso, siempre trato de disfrutármelo con ellas. Durante el día me esfuerzo duro para que ellas vivan orgullosas de mí y que tengan las oportunidades que yo nunca tuve.

En la noche procuro que mi día nunca culmine sin decirles cuánto las amo y orar juntos para que Dios bendiga nuestra familia.

Y es que para mí, SER PADRE LO ES TODO. Tengo que agradecer con el corazón a todos los ángeles que Dios ha puesto en mi camino para darme la mano en tan difícil proceso. Desde mi familia, mis amigos y mi prometida, Veggie Vanesa.

Ya van casi tres años de un proceso que no tiene comparación en mi vida y hoy quise hacerlo público por varias razones.

La primera es que no hay mayor bendición que ser padre de dos niñas hermosas y sé que hay muchos padres que sienten la misma emoción.

Ahora bien, no existe mayor responsabilidad en la vida que la de ser padre y máxime en los tiempos que nos ha tocado criar a nuestros hijos e hijas.

Durante este proceso aprendí que padre no es sólo el que provee, sino el que ESTÁ SIEMPRE para acompañar, apoyar y aconsejar.

He aprendido en el camino que para nuestros hijos es más importante la compañía que un regalo. Y también aprendí que no importa cuántas responsabilidades tengamos, no existe mayor misión que la de ser buen padre. De nada vale tener riquezas y títulos si no tenemos con quién disfrutarlos. No hay mayor compromiso en la agenda que el ir a la escuela de tus hijos, apoyarlos en sus sueños y estar presente en los momentos importantes. Quien es padre de verdad sabe que dejamos de ser para nosotros para ser para nuestros hijos e hijas.

Todos pasamos por situaciones difíciles y complicadas, pero NO HAY EXCUSAS: SER PADRE ES LO PRIMERO.