Nuestra percepción de la población confinada está cargada de estereotipos construidos social y culturalmente por siglos. Quitarle a alguien el derecho a la libertad por su conducta en un castigo y también un mecanismo de control y protección colectiva. Las personas que cometen delitos han sido vistas históricamente como peligrosas, enfermas o violentas, lo cual continúa influyendo nuestra representación mental de los confinados y expresidiarios.

Desde la psicología, los estereotipos son creencias compartidas sobre un grupo social a base de sus características, actitudes y comportamientos. Muchas creencias las desarrollamos en la infancia y adolescencia, aunque pueden modificarse con el tiempo. Sin embargo, los estereotipos negativos de grupos marginados, como es el caso de la población encarcelada, a menudo conducen a prejuicios y conductas discriminatorias.

Según el informe de 2019, la población confinada puertorriqueña está compuesta mayoritariamente por hombres jóvenes, entre 18 y 34 años, creyentes religiosos (cristianos), y quienes vivían con su familia antes de entrar a la cárcel. También, el 90% de los encarcelados estudió en el sistema público, casi el 100% sabe leer y escribir, dos terceras partes no tenía historial de delitos y más del 50% trabajaba antes de su convicción. Solamente 1 de cada 6 confinados está en custodia máxima. Estas estadísticas están disponibles en internet.

Muy pocos estudios han investigado la opinión de la gente sobre la población confinada. La estudiante e investigadora, Sherley A. Vázquez Meléndez del departamento de Psicología de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, completó un proyecto que exploró algunos estereotipos físicos y sociales que tenemos los puertorriqueños sobre los confinados. Recopilamos los datos usando un cuestionario electrónico que fue completado por 200 personas, en su mayoría mujeres (75%), solteras, con grados universitarios, empleadas y con un rango de edades de 18 a 77 años.

Un resultado interesante es que el 80% de las personas encuestadas entiende que los tatuajes y las perforaciones (piercing) no representan una marca corporal exclusiva de los confinados. Tener tatuajes han sido un estereotipo vinculado a presos, expresidiarios, o personas con comportamiento desviado. Otras encuestas públicas en Estados Unidos han encontrado una amplia apertura hacia los tatuajes en los últimos años. El tatuaje, como “expresión artística” en la cultura popular, quizás está reemplazando nuestra visión antigua, estereotipada y tenebrosa. Es un punto interesante para investigar.

La percepción general de los encuestados respecto a la edad y sexo de los confinados casi coincide con las estadísticas del Departamento de Corrección y Rehabilitación. No obstante, la noción de los participantes respecto a las condiciones de salud mental y sexualidad de los confinados no necesariamente es cónsona con el perfil real. El 25% de los encuestados prefirió no contestar una de las preguntas sobre sexualidad y más del 50% piensa que estar en prisión afecta las prácticas sexuales de los confinados. Al parecer, este tema es incómodo para discutirlo abiertamente y podría estar plagado de sesgos y desconocimiento.

El cuestionario también incluyó premisas concernientes a la reinserción social de la población confinada. El 90% de los encuestados estaría de acuerdo en darle trabajo a una persona que estuvo en la cárcel. El 60% entiende que los confinados no son peligrosos y no tomarían medidas para proteger su propiedad contra ellos. Alrededor del 50% no siente temor de ser agredido físicamente por un expresidiario, pero sentirían preocupación si éste tuviera una relación sentimental con un familiar. Por último, el 70% de las personas no apoya la pena de muerte.

Es importante puntualizar que el 60% de los encuestados del estudio conocía a una persona encarcelada o ex confinada. No es una muestra representativa de todo Puerto Rico. Otras investigaciones indican que el contacto directo con exconvictos ayuda a reducir el miedo y los estereotipos negativos. A pesar de esto, los datos sugieren discrepancias entre la percepción pública y la realidad de la salud mental de la población confinada.

La percepción y reinserción social de la población confinada es un asunto complicado porque está lleno de estereotipos y prejuicios arraigados en nuestra sociedad. El prejuicio podría convertirse en efectos negativos tales como menos oportunidades de empleo, vivienda y relaciones interpersonales para esta población. Es un reto interdisciplinario y es importante discutirlo desde perspectivas tanto humanitarias como científicas.