Por Mirelsa Modestti González

Puerto Rico fue, sin duda, uno de los países que tomó en serio la pandemia del COVID-19 a tiempo. Aplaudimos, entonces, la decisión de la gobernadora de poner en práctica medidas agresivas para frenar el contagio y evitar el colapso del sistema de salud. Estábamos viendo la tragedia en Italia y España y, aun en la angustia, sentimos algo de alivio de que aquí se tomaron medidas serias.

Y dio resultado. La gente salía a la calle a lo estrictamente necesario, utilizando mascarillas y manteniendo la distancia. Empezamos con “A”.

Entonces, la situación económica comenzó a apretar. Se hizo evidente que el virus no desaparecería y que no habría cura o vacuna que pudiera estar disponible antes del colapso total de la economía. Las presiones apretaron y la gobernadora cedió. “B-” ahí. Presionar a un gobernante en año eleccionario (sobre todo si se acercan primarias) siempre funciona.

La gente se tiró a la calle y ahora comienzan los titulares de los medios a anunciar que se disparan los contagios. ¿Qué nos pasó? Lo que nos pasa siempre: la improvisación y los intereses específicos se comen al bien común.

Es cierto que el virus no se va, que no hay cura en el horizonte y que las vacunas van a tardar en estar disponibles al público. Y también es cierto que el daño a la economía es serio y lo vamos a sufrir por décadas. ¿Había que abrir? Claro que sí. Entonces… ¿nos peinamos o nos hacemos papelillos?

Había que comenzar por orientar, utilizando figuras expertas, conocidas y respetadas, desde temprano y regularmente. Uno de los postulados en que más insisten los adiestramientos sobre comunicación de riesgo es “Comunique primero y con regularidad” y otro es “Ofrezca información completa, veraz y clara”. Dos pasos que se han obviado una y otra vez en este proceso. La orientación y la educación a la población ha sido deficiente e insuficiente.

Esto deja un inmenso espacio abierto para que la gente busque llenar su necesidad de información y, lamentablemente, no tenemos grandes destrezas en la llamada “alfabetización mediática” (media literacy). Los rumores y los bulos corren rápido por la esfera digital y la única manera de detenerlos es con información completa, oficial y veraz. Si hemos educado efectivamente, el bulo pierde efectividad, pero a falta de información oficial, se convierte en información de consumo general. Ahí sacamos “C”.

Hay otro problema: la comunicación en salud y comunicación de riesgo efectivas requieren de información que, además de clara, completa y correcta, fluya sin otro objetivo que el de educar para que las personas puedan tomar decisiones informadas y medidas para protegerse. No deben responder a intereses políticos, económicos ni de otra índole. Ahí sacamos “D-”.

Vimos con horror vídeos de gente aglomerada en La Parguera, en las calles de Boquerón y otros lugares, sin mascarillas, abrazándose y compartiendo como si nada. Algunos los tildan de locos, irresponsables y he escuchado quienes hasta les llaman asesinos. Aunque dadas las circunstancias, me parecen actos terriblemente irresponsables, la culpa no es enteramente suya. Las personas necesitan un sentido de propósito para hacer sacrificios. Necesitan comprender cabalmente las situaciones y necesitan, sí, refuerzo constante y el ejemplo de sus líderes (algunos preguntarán qué es eso en estos tiempos). Necesitan razones para tomar ciertas medidas y necesitan conocer las consecuencias de no tomarlas.

En Puerto Rico hay demasiada información en la calle y muy poca de ella es información clara, veraz y confiable, de fuentes oficiales. Ahí fue que nos colgamos.