Sir Ken Robinson recomendó hace años cambiar el paradigma de la educación. Nuestro sistema educativo tradicional es reflejo de la revolución industrial. Enseñamos en salones especializados de español, inglés o matemáticas, y agrupamos por edades desde kínder hasta escuela superior. Utilizamos técnicas de enseñanza obsoletas y las evaluaciones estandarizadas parecen generar más preguntas que respuestas. Son fábricas.

Cuando nos aprendimos las tablas de multiplicar, fue por orden, buscando rimas, cantadas y con repetición. Igual ocurrió con las preposiciones: a, ante, bajo, cabe, con y todas las demás. Ese método funciona para memorizar ciertas cosas. Sin embargo, aprendemos también observando, imitando, haciendo, sintiendo e imaginando. María Montessori supo eso hace 100 años. En este “siglo 21 pandémico” de inteligencia artificial, Facebook, Instagram, TikTok y reservaciones de hotel en la Luna, reflexionar sobre qué y cómo enseñamos es más que oportuno.

La neurociencia ha despejado la ruta para entender cómo aprendemos. Las experiencias diarias provocan cambios en el cerebro y se forman nuevas conexiones sinápticas. Maximizamos el intercambio de información neuronal en la escuela, casa, con el celular y hasta en el carro. Es lo que nos permite formar memorias y conocimientos nuevos y se conoce como “neuroplasticidad”, analogía para explicar la capacidad del cerebro para aprender.

El problema es que aprendemos fechas y ecuaciones con un cerebro socioculturalmente programado de creencias, costumbres, reglas y límites de este mismo sistema. Según Ken Robinson, el sistema lacera nuestra creatividad y curiosidad humana natural. Queda sobre la mesa cuestionarnos la educación contemporánea, en un mundo globalizado, de “fake news”, memes, discursos apocalípticos y “Don’t Look Up”.

Como colectivo, es preciso que aprendamos y enseñemos el manejo de la información que está en la nube, pero críticamente y con literacidad científica. Creo que eso hubiese evitado el pánico a las vacunas con “chips” para controlarnos la mente. Reforzar la creatividad con las artes, música y el contacto con la naturaleza. Comprender que el cerebro opera a base de sensaciones, movimiento y emociones, y ahí radica la importancia de la actividad física, el juego y el deporte en todo contexto educativo. No siempre las escuelas son salones cuadrados.

Es bueno leer a Voltaire, dividir fracciones y saberse la tabla periódica, pero es necesario articular otro paradigma educativo. No es una idea nueva ni descabellada, pero, ciertamente, nuestro avance como humanidad en este planeta depende de eso.

Por: Nelson D. Cruz Bermúdez, PhD Neurocientífico y Catedrático Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.