Por Fernando A. Cuevas Quintana / Estudiante de trabajo social

Estudiante de Trabajo Social
Estudiante de Trabajo Social (Suministada)

La incertidumbre que acompaña el COVID-19 en Puerto Rico se comenzó a sentir mucho antes de confirmado el primer caso en la isla. Es de recordar haber escuchado que el virus no iba a llegar a nuestras costas, pero el gobierno hace muchos años no necesariamente goza de credibilidad. Tiempo después, las medidas de prevención incluían la obligación de que nos quedáramos en las casas para evitar el contagio, acompañado de la popularizada frase: “quédate en casa”. Fue entonces cuando el trabajo, estudios, quehaceres, entre otros, dejaron de manifestarse en espacios distintos y se movieron todos al lugar que antes servía como refugio de relativo descanso, el hogar.

Estar largos días en la casa, sin duda alguna, para muchas personas resultaba complejo, ya que la rutina antes establecida manifestaba una transformación nunca antes esperada. Cada persona o familia estaba rodeada de particularidades que posiblemente generaban ansiedad e impotencia. Tener conciencia de que nadie conoce el fin de la emergencia, trae complejidad al panorama.

Hace pocas semanas la gobernadora incorporó el concepto de reapertura económica, acompañado de flexibilidad al confinamiento. De igual forma, el gobierno se alejó de muchas responsabilidades enfatizando en las obligaciones individuales de la ciudadanía.

Se han revelado mediante muchas imágenes las bellezas de nuestra isla a través del turismo interno. Una población muy responsable conserva las medidas de seguridad, pero otras no lo hacen y a su defensa verbalizan la frase: “solo se vive una vez”.

Por muchos años se ha usado este tipo de palabras para crear motivación en las personas y en ocasiones ha sido muy efectiva. Esta vez pudiera estar cargada de egoísmo e individualismo.

Sabemos que el coronavirus es trasmisible y esquivar las medidas de prevención sitúa en peligro a grupos vulnerables. En muchas ocasiones el individualismo nos daña como sociedad y no responde a las necesidades colectivas que nos aquejan. Es cierto que la vida continúa y es válido que queramos disfrutarla, pero no es justo poner en peligro a los demás.

Ponerse la mascarilla en la visita a un ser querido luego de exponerse a espacios de posible contagio, es símbolo de conciencia preventiva y responsabilidad. Como país estamos en ventaja, ya que muchos fenómenos sociales y ambientales nos han enseñado lo grande que somos cuando nos movemos como conjunto.

Es momento de respetar la forma en que las personas quieren vivir su “única vez” y no imponerla desde paradigmas personales.