Hace millones de años la Tierra, nuestra casa, era un solo continente conocido como Pangea.

No existían fronteras y la vida apenas comenzaba a surgir. Entonces nuestro planeta inició un proceso de reacomodo de sus placas tectónicas que aún continúa al día de hoy. Ése es el mundo tal y como lo conocemos.

Cientos de millones de años después surge el ser humano que también atravesó su proceso evolutivo. El hombre se fue desplazando y la Tierra se fue poblando pues no existían fronteras o países.

Pero la Gran Pangea resurgió en un nuevo proceso llamado globalización. Y aunque parezca todo lo contrario, el mundo está regido bajo una economía interdependiente forzada por esa misma globalización. Los países son las fichas en una mesa de dominó colocadas verticalmente y, si una de ellas cae, las demás correrán la misma suerte.

El COVID-19 nos hizo ver la realidad. Es más, nos la estrujó en la cara. Demarcó con más fuerza las líneas fronterizas. Nos obligó al aislamiento social y económico. Reforzó la idea de que “la salvación es individual”.

Se ensañó con rabia con los países más poderosos, las grandes ciudades y economías, las llamadas potencias mundiales, y ha hecho lucir como ridículos e ineptos a quienes con arrogancia, prepotencia y egoísmo minimizaban la pandemia.

Hoy, ricos y pobres están en igualdad de condiciones, igualmente frágiles, impotentes y a merced de las circunstancias. Y para quienes aún no quieren reconocerlo, el COVID-19 nos lo demuestra a través un simple estornudo o un pequeño toque de manos.

Meses después de conocerse el primer caso, colapsaron la industria aérea, el turismo mundial, los sistemas de salud, la producción económica, los sistemas educativos, la industria de las artes y el entretenimiento, los medios de comunicación, la vida en general.

Hoy tenemos terror a abrazar, besar, salir y respirar.

Mientras, el planeta parece burlarse o quizás, nos deja ver la gran lección detrás del coronavirus. Los que promovían el aislacionismo apoyados en su delirio de grandeza son presos de sus propias políticas.

El aire, los ríos, lagos y mares lucen su momento de mayor pureza. Los animales caminan libremente por las calles y áreas vacías. Las especies marinas danzan entre aguas más puras. Las aves vuelan y cantan con más alegría.

Hoy el ser humano vive la experiencia del cautiverio mientras los animales lo observan. ¿Justicia?

Surge entonces la gran pregunta. Cuando todo vuelva a “la normalidad”, ¿qué?

Habrá un nuevo orden mundial y económico. Nos enfrentaremos a procesos muy difíciles y retantes. Habrán desaparecido empleos, empresas, y muchos países tendrán que mirar el día a día de otra forma.

La humanidad tendrá que tomar decisiones dramáticas y radicales. De la misma forma que la Tierra ha evolucionado por millones de años tendremos que mirar la vida de forma distinta.

Quizás, ¿volviendo a Pangea?

Ha quedado demostrado que el dinero y el poder se destruye con solo empujar una ficha de dominó. Es una oportunidad única para construir una globalización real, una economía global verdadera y justa para todos y flexibilizar las fronteras en una acción de buena fe.

Tenemos que mantener el balance con el planeta y su hábitat. Es una oportunidad dorada que no podemos dejar pasar.

Debemos trabajar en la “Gran Pangea”, el nuevo orden.

El planeta y los animales nos envían un mensaje claro. ¿Es que no lo queremos entender?