Y tú abuela, ¿a ‘honde e ‘tá? Los puertorriqueños somos una raza única y especial. Tenemos esa mezcla tan particular que no permite un rasgo físico que nos defina como boricua. Tenemos un poquito de aquello y un poquito de lo otro. 

El puertorriqueño es alegre vivaracho, espontáneo, fiestero, solidario, sentimental y con muchas otras características, unas positivas y otras no tantas, entre ellas el machismo, homofobia y el prejuicio racial.

Muchas veces el “chiquiteo” sirve para ocultar los prejuicios. Que si el negrito, que, si es prietito, pero perfila’o. Otros llaman blanquito a quienes residen en determinados lugares o tienen éxito en la vida. 

Ahh, pero no es lo mismo un blanco en un Mercedes que un negro en el mismo carro. ¿Y qué les parece esta? Es negro como el carbón o él no es negro, es violeta. Sí, tenemos prejuicios mayormente soslayado. Lo negamos, pero al momento de llenar el censo federal en el renglón de raza muy pocos marcan negra, aun siéndolo.

Varias veces lo he dicho. Mi papá, Jesús Cruz, era negro. Tenía una gran inteligencia y deseos de superación. Para él no había imposibles, sino retos.

Él, del barrio Montones 1 en Las Piedras, caminó hasta el barrio Collores para enamorar y casarse con una canita de cinturita bom bom, blanca y de ojos cambiantes de azul a verde y aceituna.

Nunca escuché que alguien lo rechazara por su color de piel, aunque a veces me daba la impresión de que en algún momento se sintió discriminado.

Guille hermano mayor, según lo recuerdo, era mestizo; Diego, el menor, parecía más oriental; Paquita, la nena de la casa, se parecía a papá. Sí, en la familia de mi padre había diversidad. Mis progenitores formaban una pareja hermosa. Mi hermano Orlando es un clon de mi padre y tiene las mismas cualidades y una inteligencia de envidia. Y entonces está el colora’o. Pecoso de pequeño y rubio como un abayarde. Para molestarme a veces me decían jincho papujo. 

Del lado de mi esposa Gladys, su mamá muy parecida a la mía. Su padre Jesús con un porte de indio, alto y muy dulce. Casualmente, mi padre y mi suegro se llamaban igual y eran negros. Esto quiere decir que de tener un nieto o nieta podrían ser negro, blanco, mestizo, negro con ojos verdes o azules, blanco con ojos azabache y pelo rizado, negro con pelo lacio. En fin, lo que somos los puertorriqueños. 

Tenemos que aceptar que discriminamos en nuestro querido Puerto Rico. Los negros son de Loíza, los blancos de la montaña, San Juan o Guaynabo City.

Vemos a Culebra y Vieques como esas islas buenas para vacacionar y no como compueblanos y hermanos. Viven marginados y abandonados por nosotros y los gobiernos de turno. Decimos que son del jurutungo a los que residen en Utuado, Jayuya o Lares, y parceleros a los que residen en sectores en desventaja y desigualdad social. Ni hablar del rechazo a las personas sin techo. Esos son tecatos, deambulantes y vagos.

Residí varios años en Las Gladiolas en Hato Rey. Recientemente visité La Perla en el Viejo San Juan y disfruté la hermosura de su gente.

No existen boricuas más cariñosos y dados que los de la montaña. Llevo las islas municipio pegadas al corazón. Valoro, respeto y veo como ejemplo a seguir a nuestros hermanos de la diáspora.

Reconozcamos que sí existe racismo y prejuicios entre algunos de nosotros y trabajemos para superarlo. Dejemos de minimizarnos como pueblo. Si un boricua triunfa no volvamos con el argumento de que esta isla tan chiquitita produce tanto talento. Somos grandes y punto con virtudes y defectos. 

De mi parte vivo orgulloso de lo que soy y de que por mis venas y mi DNA corren pedazos de carbón, novel semilla para un nuevo Puerto Rico.