La pasada semana fue una que muy pocos queremos recordar.

Un total de catorce personas perdieron la vida en cinco días. El récord mete miedo. Las balaceras a pleno sol, las matanzas como la que cegó seis vidas en el residencial Ernesto Ramos Antonini, en Río Piedras y el asesinato de dos hombres dentro de un carro en el estacionamiento de Plaza Carolina dejan ver que los criminales han asumido el control de nuestros espacios.

Y con esta violencia resurgen las reuniones de emergencia y las mismas soluciones mágicas. Hay que hacer un comité para evaluar lo evaluado, mover supervisores regionales, limitar el derecho a la fianza, sacar pecho ante la prensa y atacar al crimen “con mano dura” y prendiendo los biombos azules.

Es que tienen miedo a enfrentar la verdadera raíz del problema, o más bien, las múltiples raíces de la criminalidad.

La desigualdad, la ausencia de una educación digna, la falta de salubridad, justicia social, falta de oportunidades en una isla que ve cómo su talento y su mano de obra emigra y se escapa al norte, son los factores principales para este resquebrajamiento moral y social.

Y podemos sumar el bendito estatus, el costo de vida, la pobreza y un serio problema de salud mental como factores que le ponen la “cherry al sunday”. Y me quedo corto.

Cuando era un adolescente solía caminar por mi pueblo de Las Piedras y encontrar de cuatro a cinco policías dando rondas a pie por las principales calles. Sus rostros dejaban ver autoridad, pero había confianza de que si algo sucedía tendrías su auxilio.

En las escuelas el tiempo era oro y mantener ocupado al estudiante inculcándole el sentido de pertenencia promovía respeto y responsabilidad.

Pese a las limitaciones económicas disfrutábamos de un sistema de salud que brindaba acceso a todos. De otro lado, aún había políticos y líderes que se respetaban a sí mismos y al pueblo que los había electo.

La vida no era tan superficial ni el consumerismo era tan desmedido. La sábana se estiraba hasta donde daba. Se comía en la mesa y en familia, se hablaba todos los días, reíamos y jugábamos con las cosas más sencillas.

Pensábamos que éramos un país del primer mundo porque eso fue lo que nos vendieron y era mejor creerles. Y nos explotó todo en la cara. 

Se nos fue el país. En las escuelas y universidades hay maestros que quieren enseñar, estudiantes que quieren aprender y educadores que quieren forjar un sistema educativo de primera. Pero les han quitado todo y la educación que representaría la respuesta a la crisis en cualquier país sensato, en el nuestro es un renglón debajo de la línea roja para cortar.

Tenemos una policía desmoralizada que por más de treinta años no recibe un justo salario, sin equipo, superada y burlada por los enemigos de la ley y que para su desgracia les han quitado, como a todo servidor público, su derecho por un retiro digno. Aquí los preparamos a todos, policías, ingenieros, arquitectos, empresarios y vienen desde el exterior y en dos semanas se los llevan a trabajar. O sea, invertimos miles de dólares y el talento le sale gratis a ellos.

El sentido de impunidad, la corrupción, la mentira y el “fantocheo” es la orden del día. Se burlan de nosotros.

No hay compasión por el adicto enfermo, por los ancianos, por los pobres y los desventajados. No sirve una sola idea de los líderes y cuando el pueblo aporta con su talento las suyas son engavetadas, pero en otros países funcionan. 

Hoy te matan no importa la hora, ni el lugar ni con quien andas. Es más, a esos jóvenes no les importa la muerte, no temen morir. Le han perdido el respeto a la vida y a sí mismos.

Son el resultado de más de cuatro generaciones sin saber lo que es trabajar, de la falta de un plan de país, un proyecto económico y de un Puerto Rico abandonado a su suerte por los que tienen el control de las aduanas, las costas y los puertos. Ellos nos miran con desdén haciéndonos saber que ya no le somos útiles.

Podría escribir mucho más pero no quiero. Hoy me siento triste.