Siempre he dicho que la llegada de un Año Nuevo solo es un cambio de número y fecha, y no tiene mayor significado si no nace entre nosotros el deseo de ser mejores seres humanos.

Este año comenzó con un fuerte temblor que ha sacudido nuestras vidas, principalmente de nuestros hermanos del sur y centro de la isla, de tal manera que no conciliamos el sueño.

Desde entonces, qué no hemos vivido. Explota el escándalo de almacenes repletos de suministros -algunos expirados- esperando a que politiqueros los distribuyeran para sus campañas y el “photo opportunity”.

Como consecuencia, dos jefes de agencia fueron despedidos aunque ellos reclaman discrimen político. De ahí se pasó a los argumentos de que nadie sabía, para luego decir que conocían y aceptar que sabían, pero que no tenían claro el detalle.

Y mientras nuestros hermanos viven un destierro en su propia casa, los politiqueros hacen reuniones discutiendo el camino al 2020.

A la vez, reiniciaron las manifestaciones reclamando justicia, acción, respeto y rendimiento de cuentas. Los eventos del Verano del 19 se repitieron y, aunque la gran mayoría hizo buen uso de sus derechos democráticos, tarde en la noche explotó la violencia con unos pocos cuya misión es la anarquía.

Pero antes nos estremeció el escándalo de Alex Cora y Carlos Beltrán y sus salidas como dirigentes de Grandes Ligas, tras el alboroto del robo tecnológico de señales de los Astros de Houston en el 2017.

Luego nos iluminó el cielo un meteoro y hasta basura espacial casi nos cae encima, le dijeron “política perra” a la alcaldesa de San Juan Carmen Yulín Cruz Soto, que luego nos pidió dejarnos de “pendejadas”; y Georgie Navarro entró a terapias porque, claro, en medio de la crisis no podemos dejar fuera el divertimento.

Y si analizamos el día a día entre carreteras destruidas, conductores que invaden el paseo, autos estacionados en línea amarilla, comerciantes que convierten la acera en estacionamiento mientras los peatones caminan por la carretera, gente que vive bajo toldos azules, familias que perdieron su hogar con los temblores y que viven como nómadas porque se les inundan por lluvia sus áreas de refugio, vemos un país anárquico e ingobernable.

Los recientes eventos desnudaron nuevamente la pobreza y desigualdad que sigue aumentando en por ciento y que ahora refleja que nuestros niños, el futuro de Puerto Rico, son los más afectados. Ese debería ser nuestro proyecto de país.

¿Y ahora quién podrá salvarnos? No podemos depositar las esperanzas en un cambio de fecha. La fuerza del cambio está en el pueblo.

Ese pueblo que se sigue desbordando en ayudas para los damnificados. El que hizo filas para decir presente para nuestros hermanos. Ese pueblo que abraza, que canta, baila, ora y besa para secar las lágrimas. Ese pueblo que ante la falta de cohesión y en medio del oportunismo político le dice al gobierno: “sálgase del medio, que hay un pueblo trabajando” y creó su propia estructura para servir a los necesitados.

Nos toca dar el gran paso y que de este proceso de purificación surjan verdaderos líderes y la estructura que nos permita acabar con la anarquía y el desgobierno que vivimos.

Hace unos días leí en las redes un pensamiento:

“Algún día le contaré a mis nietos de un país que se abrazó tanto que no volvió a temblar”.

Que nazca entonces un verdadero Año Nuevo desde nuestros corazones y nuestro deber patriótico.