Es temprano en la mañana y aprovechando que me encuentro solo decido ver un capítulo más de la serie francocanadiense “Versalles”, la cual relata la historia de la construcción de ese palacio a las afueras de la capital francesa durante el reinado de Luis XIV.

Para el rey el proyecto tenía el objetivo de engrandecer su figura y a la vez someter a la obediencia a sus enemigos y opositores de la nobleza. Así Versalles se convirtió en símbolo del absolutismo en Europa.

La serie va más allá y narra las intrigas, corrupción, complots y aberraciones de un rey que intentaba manejar como marionetas, no solo a quienes residían en el palacio, sino también la clase obrera y al pueblo francés. 

Allí, en el entorno de la maravillosa obra y sus jardines planificaban golpes de Estado, los miembros de la corte se apuñalaban entre sí, llevaban a cabo ejecuciones, envenenaban y torturaban, no solo al opositor o posible traidor, sino también a cualquiera que representara una amenaza al rey. 

Y mientras el pueblo padecía hambre, miseria, frío y abandono, en Versalles se bailaba, se jugaban cartas y se apostaba, se chismorreaba, se vivía una vida de opulencia y sexo con el dinero del pueblo, se bebía, se comía y se tramaba. 

El palacio contaba con 700 habitaciones, más de 2,500 ventanas, 352 chimeneas, 67 escaleras, 483 espejos y en cada uno de esos espacios había una historia que contar u ocultar, una infidelidad, un menosprecio y explotación hacia la mujer, una carta o mensaje secreto que pasaba bajo las puertas o que dejaban en alguna vasija. 

Pura intriga de quienes velaban por su “nobleza”, sus riquezas, sus herencias y se cuidaban y rascaban las espaldas unos a otros. 

Vivían enajenados de un proceso de indignación que como tsunami crecía en el oprimido pueblo francés.

Por ello el mandato de Luis 14 se fue corrompiendo más y más haciéndose insensible y prepotente. 

Ellos se veían a sí mismos como una élite de pensadores que por designio divino estaban allí para salvar a Francia, expandir el imperio y llevar a un pueblo ignorante, vulgar y empobrecido hacia “un mejor futuro”. Y solo ellos tenían la verdad de cuál era ese futuro.

Así Francia vivió 70 años de ese reinado. Pasaron dos generaciones más de la monarquía y se derramó mucha sangre, se vivió bajo un manto de terror y el nivel de tolerancia del pueblo fue disminuyendo dando paso a la ira y la indignación.

Fue entonces cuando el infierno cubrió el país y explotó la Revolución Francesa de 1789. Diez años más tarde la monarquía absoluta y la aristocracia feudal cayeron aplastados dando paso a una nueva Francia.

Al final quedó demostrado que la fuerza de un país radica en la valentía de su gente.

¿Me entienden? Yo sé que sí.