El teléfono sonó cuando entregaba mis últimas notas policiales. Me encontraba en la oficina de prensa de la Policía, en Hato Rey, cuando mi jefa de redacción, Nilsa Pietri, me llamó.  “Hay un revolú en Vieques, un bombazo, y necesitamos que cojas el primer avión por la mañana para la Isla Nena”.  No eran sus palabras exactas. De hecho, no las puedo recordar con claridad, pero aún hoy puedo revivir el sentido de urgencia, de suspenso y de expectativa de la conversación.

Madrugué temprano y, junto al fotoperiodista José Jiménez, salí en un vuelo hacia Vieques. Nos encontrábamos con David Rodríguez, entonces reportero de radio y ahora de televisión, mientras que el avión se acercó al puesto de observación, en donde ocurrió la escena del bombazo que cobró la vida del guardia de seguridad David Sanes y que revivió un movimiento en contra de las prácticas militares en la Isla Nena.

La foto de portada de Primera Hora, de un gran cráter que provocó la muerte de Sanes, presentó la historia del día junto a mi relato, pero se convirtió en una fracción de un interminable mosaico de relatos, fotografías y testimonios que contaban la historia de un movimiento que pedía algunas cosas sencillas: el cese de las prácticas militares, y la devolución y limpieza de las tierras.

Además de Jiménez, que años después cubrió la guerra de Irak, también se destacaron muchos otros fotoperiodistas y periodistas, como Andre Kang, Xavier Araujo,  Humberto Trías, Vanessa Serra, Benjamín Torres Gotay, Maricelis Rivera y Maritza Díaz Alcaide. No puedo mencionarlos a todos, pero puedo decir que gran parte de los periodistas en la Isla cubrieron algún evento en Vieques.

 La solidaridad que unió al pueblo puertorriqueño en contra de las prácticas militares resonó con los colegas de los medios. No se trataba de un conflicto armado. Era muy lejos de serlo.

Pero las estadías en la playa, en medio de la metralla, tenía el efecto de poner la controversia en justa perspectiva. Después de Vieques, pensé que todo ser humano debería pasar unos días solo en una playa con lo mínimo para su sobrevivencia.

La cobertura nos llevó a Isabel Segunda, a Monte Carmelo, entre otras localidades de la isla, y a los mismos terrenos restringidos por la Marina de Estados Unidos. En el campo de tiro llegué con muy poco equipo, pero la verdad es que solo necesitaba mi libreta, varios bolígrafos y un teléfono celular para hacer mi trabajo.  Dictaba las historias desde una bandera que se utilizó para marcar uno de los pocos lugares con señal para que funcionaran los celulares. Se utilizaban a pescadores para que llevaran las tarjetas digitales de fotografía.

Pasamos semanas en las playas esperando el inminente arresto. Recuerdo los sacrificios de los viequenses y de los manifestantes que intentaban imponer un sentido de organización y cohesión en medio de las bombas disparadas, de unas playas y montes que desafiaban por sus contrastes.

El llamado que surgió desde Vieques se magnificó a nivel nacional e internacional. Presenciamos los arrestos de los manifestantes, el traspaso de los terrenos y la salida de la Marina. No era una guerra, repito. Los agentes del FBI llegaron en la playa con uniformes blancos y esposas de plástico. Era la época de Bill Clinton. El mundo vivía bajo la ilusión de una paz global mientras, durante los años 90, se habían librado algunos de los conflictos más violentos en Bosnia y Herzegovina, Kosovo, Haití y Somalia.

Pero todavía falta mucho que hacer en torno a la contaminación y la salud de los viequenses. El rostro del Goliat cambió y aún se desconoce si David todavía puede herirlo con su honda.