Hablemos con honestidad. Ser policía es un trabajo extremadamente difícil y no lo digo por lamer ojos. Bregar con criminales, delincuentes y personas indeseables todos los días y noches debe ser un estresor gigante. Luego de arrestar a alguien, ver como esa persona sale libre por algún tecnicismo o por alguna persona no estar dispuesta a testificar, por lo que su trabajo de arriesgar su vida y seguridad física queda en nada. Debe ser megafrustrante.

Sí, es parte del entrenamiento y “para eso se les paga”, dice mucha gente, pero un uniforme con autoridad no te quita el elemento humano de preguntarte si vale la pena arriesgar la vida y la familia por tan poco.

Entonces, llegan el salario y las herramientas de trabajo que se les entrega. El sueldo raquítico que se les paga para mandarlos a pelear contra elementos del bajo mundo que ganan la hora lo que algunos ganan en un mes. Escuchas los tiros automáticos de armas largas con sonidos impunes que retumban la conciencia de la familia que se dejó en casa y que le esperan para llevarle a la escuela y a los quehaceres del hogar. Te montas en la patrulla para perseguir el auto del narco que le da cuatro patadas al tuyo y, peor, realmente cuando logras capturar al del carro más barato, te percatas de que de nada sirve porque estás cogiendo al pez pequeño y el peje grande sigue en Dorado Beach.

El coraje te dice que sigas, pero el chaleco antibalas expirado y las armas momificadas junto con la falta de refuerzos no invitan a seguir. Me decía un agente no hace mucho que lo llamaron para atender un caso de violencia doméstica en un campo distante del cuartel. Fue a atender la situación, pero de camino le informan de un robo. Entonces, fue a atender el robo y dio con uno de los asaltantes, el otro se le escapó y llamó refuerzos para que le ayudaran. No llegaron sino hasta 50 minutos después que le parecieron eternos. Me dijo… “¿tú crees que vuelvo a arriesgar mi vida así?”. Mejor espero un poco y salgo para esclarecer en vez de evitar.

Sí, sé que van a decir que esa persona no debe ser policía porque no tiene vocación, pero seamos honestos: ¿qué harías tú en su lugar? Particularmente, cuando hasta si quedas lesionado de por vida el seguro lo tienes que pagar tú y apenas da para cubrir algunos de los gastos a consecuencia del trabajo de dar seguridad a los demás.

Llega el retiro y se lesiona el futuro cortando la promesa y dejando en indefensión a quienes fueron llamados a poner su vida entre el pueblo y la bala del bichote. Desdichadamente, muchos ante tantos desagravios normalizaron la corrupción y cayeron en la tentación de la concupiscencia del pecado violando el séptimo mandamiento de Éxodo 20, otros el octavo mandamiento y, peor aún, algunos culminaron violando el quinto mandamiento según la narración de libros e historias impúdicas que hemos visto.

Tarde o temprano, tal desviación provocó una demanda contra las violaciones de derechos civiles y tuvo que venir el gobierno federal a imponer un readiestramiento aquí como ya había hecho en tantas ciudades de Estados Unidos. Normalizar la conducta desviada nunca debe ser la máxima de la humanidad, pero es extremadamente común cuando se observan tantas injusticias, tanta impunidad, y como dice el Salmo 73, “verdaderamente en vano mantengo el corazón limpio y lavado mis manos”, porque se ve a los impíos progresar y obtener reconocimientos y riquezas, mientras se perpetúa la indiferencia por el trabajo sacrificado del obrero de la seguridad.

Llegó la hora del ascenso y se espera que sea justo e imparcial. Pero las denuncias históricas de ascensos de rangos militares continúan siendo con padrinazgos y beneficiados de los cuates. Aunque llevamos una reforma de la policía que cuesta $20 millones anuales y ya a los 7 años se ha perpetuado el continuismo en vez del cambio, sale a relucir que se aprobó por la gobernadora y el comisionado de la policía un reglamento que permite que sin exámenes asciendan a los panas del corillo. Ahí viene el juez federal a cargo y ordena una investigación, pero no le pide al FBI que indague, sino a una empresa privada que seguirá esquilmando los fondos públicos.

¿Cómo se pretende que para subir a rango de sargento, teniente, capitán e inspector se tenga que aprobar exámenes, pero para teniente coronel y coronel no haya el mismo rigor? En todo caso lo contrario, pensaría lo sensato. Pero no, seguimos haciendo acomodos para los que hacen favores y se les paga a los escoltas políticas las horas extras a $60 mil y $80 mil anuales, mientras el encubierto que penetra la red de narcos apenas puede pagar la renta, pensión e hipoteca.

De inmediato uno se cuestiona, ¿ha servido de algo la reforma del juez Gustavo Gelpí que ya ni la ACLU tiene como parte y que ha hecho millonarios a asesores y bufetes? ¿Por qué los ascensos los va a investigar una firma de Texas y un abogado federal en vez del FBI que son los que deben verificar si hay mano criminal en estos asuntos?

Se supone que estuvieran entrando entre 800 a 900 cadetes a la academia anualmente desde el 2018 hasta 2024 para darle seguridad al pueblo mientras se están retirando en masa tantos uniformados cumplida la edad, pero, ¿cómo vamos a pedirle a cientos que ingresen a la fuerza cuando todavía siguen las malas costumbres y patéticos beneficios del pasado aún bajo la supervisión del tribunal federal?

Decía la canción, acompáñeme civil… al destacamento, pero parece que los que tienen que dar explicaciones son los coroneles y federales que no han logrado, tras decenas de millones, cambiar las circunstancias y cada vez hay menos respuesta inmediata cuando se llama al 9-1-1. Finalmente, la labor de la policía es proteger y servir, pero cada vez es más esclarecer después de los hechos porque no hay los recursos para detener durante el evento violento. Si eso no cambia, la seguridad de todos, incluyendo, la suya que está ahora mismo en la patrulla, está en riesgo.