Mi abuelo siempre me decía que estudiara duro, que si estudiaba y tenía un título me iba a convertir en un “profesional” exitoso. Esa fue la promesa que se hizo a nuestra generación. Se nos dijo que estudiáramos, que sacáramos buenas notas y que con un bachillerato seríamos alguien. Pero nuestros abuelos no sabían lo que vendría.

Según el Censo del 2010, unas 250,000 personas en Puerto Rico se encuentran estudiando en cursos postsecundarios con la esperanza de que estudiar les brindará un mejor futuro. Esto es un aumento brutal en comparación con 1990, cuando solo 156,000 personas lo hacían. De 2003 a 2004 nada más aumentó en 19% la cantidad de estudiantes universitarios.

Mientras, de escuela elemental a superior bajó sustancialmente la cantidad de estudiantes: de 651,000 en 1990 a 418,000 en 2014. Entretanto, el Instituto de Estadísticas encontró en 2010 que hay entre de 200,000 a 220,000 estudiantes en colegios privados.

Ante la falta de ofertas de trabajo y buen sueldo en profesiones que solo piden un grado de escuela superior o bachillerato, muchos han continuado estudiando sin dirección y orientación alguna un bachillerato, maestría y doctorado para ver si con eso resuelven. Ello ha hecho que florezca el negociazo de la educación. Cada vez hay más instituciones cuestionables repartiendo diplomas por ahí como si estudiar fuera embotellar, escupir en un examen y en par de años sale impreso el diploma.

Por eso usted ve que por ahí está la maestría choreta y casi todo el mundo es abogado. Muchos estudiantes que antes, con un bachillerato, lograban un buen trabajo, ahora se quedan en la universidad, no por pasión intelectual y curiosidad de aprendizaje, sino ante la realidad de no encontrar empleo y en lo que resuelven siguen estudiando. Para hacer esto los estudiantes se endeudan bestialmente.

En el 2013 los estudiantes boricuas tomaron $432 millones en préstamos estudiantiles. Mientras, tenemos la segunda tasa más alta de estudiantes que no pagan sus préstamos estudiantiles en todo Estados Unidos, con 14.5%. Para que vea lo grave del asunto, las deudas de tarjetas de crédito locales suman $1.9 billones. La de préstamos estudiantiles llega a casi $3 billones.

En Puerto Rico la cantidad de préstamos estudiantiles subió de $157 millones en 2003 a $301 millones en 2004.  Esto es un aumento de casi 100% de un año para otro. La cifra llegó a $484 millones en 2010. En 2013 se tomaron $438.4 millones, alcanzando $2.7 billones en 10 años.

Igualmente se ha disparado brutalmente la deuda entre personas adultas que van a estudiar luego de sus 30 años. Ese grupo de 30-49 años es el que más problemas de repago tiene, alcanzando casi un 20% de morosidad.

Lo peor es que a pesar de ese enorme endeudamiento,  la tasa de graduación revela que solo el 41% del estudiantado público logra el bachillerato y el 23% en el sector privado. Es decir, 6 de cada 10 en las universidades públicas no terminan el bachillerato y 8 de cada 10 en las universidades privadas.

Una de las complejidades que tienen los préstamos estudiantiles es que usted puede irse a quiebra y se le borran algunas deudas, pero los préstamos estudiantiles siempre te persiguen. Esto también provoca que mucha gente tenga que de inmediato ir a trabajar en lo que aparezca para poder repagar esa deuda, por lo que no pueden buscar el capital para crear su propia empresa y convertirse en fuentes locales de inversión privada de capital fijo.

Todo esto para que aun así el nivel de desempleo entre los más jóvenes -hasta los 25 años- sea de 26% y de 17.3% hasta los 35 años. Y quienes sí consiguen empleo tampoco están felices pues el nivel de subempleo ascendió a 18.6% en enero de 2014.

Obviamente, este nivel de endeudamiento, junto con las estadísticas de desempleo y subempleo, es un incentivo más para que estos jóvenes se vayan a buscar empleo donde aparezca y si nuestro país no los provee la emigración continuará, pues hay deudas que pagar.

Mi punto con esta columna es decirte que si bien la educación es la mejor herramienta que, como tu abuelo te dijo, te sacará de la pobreza, también puede ser la que te condene si no eres cuidadoso. Si no te educas con empeño y no buscas la excelencia tras escoger correctamente la profesión a la que te vas a dedicar puede ser hasta un impedimento. 

Claro que vale la pena estudiar. Aunque se ha ido cerrando la brecha, todavía alguien con bachillerato en Puerto Rico gana hasta tres veces más en promedio que quien no lo tiene.

Esto tiene salvación. Lo primero es que tenemos que aceptar como país que les hemos fallado a nuestros estudiantes. Lo segundo requiere revolucionar nuestro sistema educativo y de orientación. Podemos arreglar la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE), la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados (AAA), Carreteras y demás, pero si no arreglamos la educación, nada cambiará.

Nuestro sistema educativo actual está condenando a la pobreza y a la inmovilidad social a nuestros jóvenes. Apenas los orientamos sobre lo que deben estudiar y no les proveemos suficientes escuelas vocacionales técnicas, pues no todo el mundo debe ir a la universidad. Entonces estos se van a estudiar un bachillerato innecesario y costoso que la mayoría no terminará, agotando sus recursos y los del Estado.

Tenemos un sistema mediocre, aceptémoslo. Podemos siempre hablar de una que otra historia de éxito, pero en promedio sabemos la verdad. Nuestra mejor universidad está en la posición 749 en el mundo y las otras no aparecen en las listas globales.

Nuestro sistema educativo y los padres y madres no logran encender la mecha de la curiosidad intelectual y la búsqueda de la excelencia en investigación y desarrollo en la mente del estudiante. Tenemos que subir los estándares para certificar como institución educativa a entidades que evidentemente están ahí para coger los préstamos y las becas Pell. Tenemos que lograr que esa educación técnica la provea la escuela superior vocacional y que nuestras universidades compitan en la categoría de “World Class Universities”. De lo contrario, la movilidad social será un cuento que murió en los 90 y estaremos condenados a la mediocridad y al desperdicio de talento.

Hagámoslo, pongámonos como meta que en el 2025 estemos en el “Top 400” de las universidades del mundo y en 2035 en el “Top 200”. Las universidades que no puedan operar con métricas estrictas tendrán que desaparecer. Igual hagamos con nuestro modelo educativo público y propongámonos estar en el “Top 20” y  luego en el “Top 10” del mundo en igual período de tiempo.

Podemos hacerlo, lo hicimos antes. De 1960 a 2000 tuvimos el ascenso académico más grande del mundo. Hagámoslo de nuevo, pero tenemos que orientar a nuestra juventud, dirigirla, ponerle metas altas y darle exámenes de aptitudes para que vean en lo que pueden destacarse, ya sea en mecánica y plomería o pedagogía e ingeniería. Tenemos que meterles entre ceja y ceja a nuestros estudiantes que compiten contra el mundo y que más importante que si Culson gana oro o si Barea la mete de tres, estamos compitiendo entre quién es el mejor en cada examen, en cada nota y en cada investigación académica. Que los estudiantes sepan que hay otros países que nos quieren comer los dulces y que literalmente están ahora mismo buscando la forma de quitarnos nuestros empleos e industrias para llevárselas para allá. Hay que hacerle patente a cada estudiante esa realidad de que cada día que no procuran la excelencia, ese día otro estudiante del mundo le comió los dulces. A ver si ese espíritu competitivo nos despierta porque francamente a mi me endiabla cada vez que alguien le come los dulces a mi Isla.