La Organización Mundial de la Salud ya ha alertado sobre el creciente problema de salud mental en medio de la pandemia del COVID-19. Los seres humanos no estamos hechos para este nivel de individualismo y la falta de propósito colectivo nos está aniquilando emocionalmente. En dos o tres generaciones hemos cambiado la humanidad que por milenios vivió con interdepencia y constante comunicación y cooperación colectiva para las cosas más básicas.

No hay duda que el toque de queda y el “lockdown” cambió nuestra cotidianidad, y aunque las vacunas nos dan algo de esperanza, no se espera que nuestra vida vuelva a la normalidad pronto. De hecho, algunos creemos que nos quedaremos trabajando a distancia de forma permanente.

Desde la pandemia, la mayoría de los médicos realizaron, y gran parte de ellos continúan ofreciendo, citas por telemedicina incrementando el acceso a servicios. Sin embargo, en el caso de la psiquiatría, especialidad cuya aplicación clínica -o esa experiencia que adquieren los doctores cuando atienden y ven los casos de más y más pacientes a los largo de su carrera- es fundamental para un mejor diagnóstico y tratamiento, las citas por vídeo llamada pueden limitar la evaluación de estado de ánimo y síntomas de ansiedad para un diagnóstico o tratamiento más certero.

Escribo hoy con el corazón en la mano. Pueden creerme o no, pero la historia que les voy a escribir es legítima, vivida por alguien muy cercano a mí a quien admiro y respeto. La historia fue tan impactante, que no me quedó de otra que pensar en qué me pasaría si un día necesito ayuda de acceso a servicios de salud mental. Ninguno de nosotros está exento. Ni el más exitoso como Robin Williams, ni el hijo del vecino de Jagual. Todos en algún momento de nuestra vida podemos necesitar la asistencia mental y, de hecho, quizás ya la necesitamos y no la hemos buscado por temores.

Escribo, sabiendo que algunos dirán que esto no ayudará a personas que quieran buscar ayuda, pero por el contrario, lo hago porque alguien que ya ha pasado varias veces por esto me cuenta que ha ido empeorando conforme ha pasado el tiempo.

Un familiar compartió conmigo su experiencia buscando y recibiendo servicios de salud mental.

La psiquiatría tiene que ir de la mano de la terapia psicológica. Una receta médica no es una varita mágica. Si no hay seguimiento de la terapia psicológica, como no lo hubo durante los meses de “lockdown”, lamentablemente, los pacientes no ven mejoría y hasta pueden empeorar sus síntomas.

Esto ha llevado a que mucha gente tenga que acudir de emergencia a recibir servicios a los pocos hospitales psiquiátricos que quedan en la Isla, donde buscan ser estabilizados, pero la experiencia a veces es más traumática que la misma enfermedad.

Entrar a una sala de admisiones de un hospital psiquiátrico, sea por primera vez o luego de haber tenido la experiencia, puede ser impactante; y según me relatan es una vivencia que no se olvida. Lo primero es el estigma que tiene la sociedad todavía sobre las condiciones de salud mental. Tener depresión o ansiedad es similar a tener diabetes o una condición cardíaca. Mucha gente puede creer que es “changuería”, pero vaya usted y pregúntele a un paciente de salud mental para que vea cómo los testimonios se repiten.

A eso se suma el escaso personal en las salas de tratamiento psiquiátrico, lo que provoca el “burn out” en el enfermero o asistente, que -literalmente- se siente “quemado” al atender a tantos pacientes en una sala que requieren una atención y una sensibilidad muy especial. Lo sucio del lugar, la realidad de que ponían pacientes crónicos y hostiles junto con personas que tuvieron un evento moderado y sin representar peligrosidad. Mi familiar me cuenta que la persona con quien compartió cuarto le decía que había matado a alguien anteriormente. Esto, mientras a fuera se formó una pelea entre los pacientes y tardaron minutos en acudir a intervenir.

De hecho, el mismo personal del hospital dijo que APS les estaba enviando a todo el mundo para allá sabiendo que algunos pacientes tenían circunstancias que requerían medidas mucho más restrictivas.

Filas para tomar medicamentos sin distanciamiento físico, en la que decenas de pacientes tienen que tomar la misma jarra con agua para ingerir sus medicinas y no se les ofrece desinfectante de manos a los pacientes “por cuestión de seguridad” o ¿por economizar en el presupuesto?. no cumple con protocolos de higiene en plena pandemia.

Eso, sin contar la escasez de psicólogos en estas instituciones lo que deja la recuperación de estos pacientes en manos de terapistas grupales que, aunque cumplen con su objetivo de lograr la socialización, no dan atención más individualizada a personas que acuden en busca de ayuda porque afuera no han tenido éxito con sus tratamientos o, peor, no han tenido el acceso.

Mi reconocimiento a la línea PAS gubernamental que ayudó a este familiar y lo impulsó a ignorar el estigma y acudir al hospital en busca de ayuda. Mi exhortación a los administradores de los hospitales psiquiátricos- tanto el público- como los privados a que revisiten sus presupuestos, que reconsideren las condiciones de trabajo de sus empleados porque al final para los pacientes de salud mental, también es una cuestión de vida o muerte el trato que reciben en una sala de emergencia y en una sala de recuperación. Esta es la tercera persona que me hace un cuento similar, pero en esta ocasión es alguien que me dio un lujo de detalles muy peculiar.

El problema es que quizás no se han dado cuenta de que aquí está la vida en juego, porque alguien que pasa por todo lo anterior lo va a pensar mucho más la próxima vez que necesite ayuda.