Los que somos del campo lo sabemos. El patriarca de la familia levanta casa y su familia viene alrededor. Construyeron hijos, nietos y así se fue poblando el barrio. Un día, uno de los hijos decidió irse para Chicago. Allí quedó la casa. Pasó al primo, al vecino y siguió por años. 

Murió el abuelo y allá en los años de las guácaras alguien fue al Gobierno a registrar, pero nadie ni se acuerda. La vida sigue, gente muere y ahora llaman casa a New York, Philadelphia y Orlando. Otros, siguieron construyendo y la finca dividiéndose. 

Uno de los herederos fue al Registro de la Propiedad para poder vender. Allá le dijeron que contrataran a un abogado. Realmente, un notario. El abogado le dijo que, con gusto, pero para empezar hay que buscar a todos los herederos. Cuando llegaron las primeras facturas ya todo iba por miles de dólares y aparecieron algunos herederos. Todos querían del bizcocho, pero ninguno quería aportar los gastos. 

Así pasaron las décadas, el tiempo seguía y por fin a alguien se le ocurrió comprar la finca. Pero, imposible. Construyeron y construyeron y todo fue sin papeles. Llegó la era de la crisis de hipotecas tóxicas. Empezaron a bajar los precios de las casas. Se acabó la época de las 936 y desaparecieron empleos en la zona rural. Había que mudarse para la zona urbana o estar dispuesto a coger el tapón absurdo. Los que no, se fueron de la Isla. La zona rural se despobló de forma macabra. 

Empezaron a cerrar escuelas, pues ya casi no había estudiantes. Mas se empujó el movimiento a la zona urbana o al North Bayamón del Corredor I-4 entre Tampa, Lakeland y Orlando. Los profesionales se fueron moviendo a Austin, a Dallas o a San Antonio. Otros para Pennsylvania, Maryland y así brincaron entre estados. Allí quedó la zona rural de Puerto Rico sin los trabajos, sin los servicios y con montones de casas abandonadas que uno ni sabría a quién tiene que comprarle si fuera a hacerlo. 

Según estimó el Centro de Estudios sobre asuntos de Puerto Rico de la Universidad de New York City, hay sobre 300,000 propiedades vacías en la Isla. Montones, sin duda, en la zona urbana. Pero es enorme el problema de la falta de titularidad (saber quién es legalmente el dueño) en la zona rural. A esto le añadimos que unas 4,500 familias son ejecutadas anualmente y nos lleva a la alarmante cifra de sobre 350 mil propiedades en desuso o subutilizadas. 

El problema es que, aunque haya gente dispuesta a invertir, temen que luego venga la familia heredera y quieran sacarlos de donde con tanto esfuerzo construyeron.

Hay que buscarle solución. He propuesto unas cuantas ideas antes, pero esta que propongo hoy apremia. 

En el propuesto Código Civil se está discutiendo la prescripción adquisitiva o usucapión. Desde la época de los españoles, se dispuso que si alguien dejaba su tierra y no la usaba y venía otro y la usaba como si fuera el dueño públicamente por 10, 20 y en algunos casos 30 años y nadie lo sacaba, esta persona podía quedarse con la tierra y hacerse dueño legalmente. 

Obviamente, en esa época ir a visitar tus terrenos podía coger muchísimo y verificar los puntos de la finca era cuesta arriba. Pero en la era de Google Earth, de los celulares y de los vecinos averiguaos, no hay razón para que alguien que lleva sobre cinco años viviendo y usando unas tierras no pueda hacerse oficialmente dueño de dicho predio porque nadie ha ido al Registro a ponerlo al día por lo costoso del proceso legal. 

Quizás 10 años, pero jamás los 20 años que está proponiendo el código nuevo bajándolo de 30 años como es hasta ahora. Tenemos que buscar que la gente pueda mover el inventario de casas en desuso y hasta demoler para nuevos usos aquellos que ya no se puede maximizar su provecho. 

De lo contrario, veremos cada vez más el abandono y el afeamiento de una Isla tan hermosa que soluciones tiene, solo falta tener los co#$%$#@ en su sitio.