Fanático de los Bravos de Atlanta de toda la vida, en julio de 1995 por fin fui a verlos en persona cuando, en unas vacaciones, viajé a Atlanta y disfruté de series contra los Gigantes y los Dodgers.

Incluso logré que me concedieran una credencial de prensa, lo cual me permitió estar en el terreno y entrar al camerino del viejo Fulton County en el año que estaban destinados a ganar la Serie Mundial.

Un día, cuando veía practicar el equipo, Charlie O’Brien, el segundo receptor, y el taponero Mark Wohlers calentaban los brazos haciéndose tiradas cerca de mí cuando, de pronto, Wohlers se agachó como un receptor y O’Brien asumió una típica pose de lanzador antes de iniciar un lanzamiento. 

Entonces empezó a negar varias veces con la cabeza, diciendo: “No, Javy, no”.

Los dos estallaron en risas.

La broma iba dirigida al receptor regular, el boricua Javy López, un gran bateador que conectaría 260 jonrones en su carrera pero que en esa época apenas estaba en su segundo año completo en las Mayores.

Ya para entonces, naturalmente, era evidente que Greg Maddux –as de un gran elenco monticular que incluía también a Tom Glavine y John Smoltz– prefería no trabajar con él, y por eso O’Brien era su catcher designado.

En Puerto Rico, como suele pasar en estos casos, muchos fanáticos ya acusaban al lanzador de racista o de antipuertorriqueño. La razón verdadera era lo que el propio O’Brien –quien después, por muchos años, fue remplazado en su rol por el venezolano Eduardo Pérez–, inconscientemente, había escenificado para mi beneficio junto a Wohlers en el terreno del Fulton County.

Maddux no era un tirapiedras, sino un lanzador de precisión quirúrgica que dependía de su recta de alrededor de 90 millas por hora y de un gran cambio de velocidad para retirar a los bateadores. Nada más. No buscaba ponchar, sino que el bateador conectara su lanzamiento, y para eso poseía un control magistral con el cual parecía poner siempre la bola donde quisiera.

Para ser efectivo, sin embargo, requería un receptor que conociera bien a los bateadores contrarios y supiera qué tipo de lanzamiento y ubicación pedirle a Maddux. Y Javy, tal vez por su falta de experiencia, todavía no era capaz de hacer eso.

Por consiguiente, cuando sí recibió a Maddux, el lanzador veía afectado su ritmo de trabajo –y su promedio de efectividad– debido a las múltiples veces que tenía que negarle con la cabeza para que le pidiera otro lanzamiento.

Hace años, claro, que todo el mundo se dio cuenta de que la decisión, que tan antipática se les hizo a muchos boricuas, había sido la correcta: creo que en parte debido a ella Maddux fue elegido abrumadoramente el miércoles al Salón de la Fama de Cooperstown.