Al igual que miles de familias puertorriqueñas, esta semana celebré la graduación de escuela superior de un ser querido, mi sobrino Joaquín Andrés. La celebración resulta agridulce. Por un lado, siento la enorme satisfacción del logro de mi sobrino y de que podrá continuar estudios en la Universidad de Puerto Rico (UPR). Por otra parte, siento -como sienten muchos- una enorme preocupación ante las difíciles condiciones socioeconómicas que le ha tocado vivir en este momento histórico.

Puerto Rico cumple quince años de depresión económica. La ausencia de oportunidades de empleo con mejores salarios provoca un éxodo de jóvenes que desean quedarse trabajando y produciendo para su país. Los niveles de dependencia aumentan y no existe una política de desarrollo económico claramente definida con métricas de cumplimiento. El gobierno glorifica la dependencia y rechaza la autosuficiencia. La UPR, como principal centro educativo del país, se encuentra bajo amenaza permanente de la Junta de Control Fiscal.

En ese contexto, el simulacro de mensaje de presupuesto del gobernador Pedro Pierluisi resulta inconexo con la realidad y la preocupación de miles de familias con respecto a sus nietos, hijos y sobrinos. El gobernador debió plantearle al país una estrategia de desarrollo socioeconómico a base de las perspectivas presupuestarias. El gobernador renunció a su responsabilidad de hablarle a la nueva generación para dibujarle un mapa de ruta. Desaprovechó el momento para darle certeza sobre el presente y el futuro.

En su breve mensaje sobre el presupuesto, el gobernador no atendió interrogantes claves de la juventud. ¿Cuáles son las estrategias de desarrollo económico? ¿Cuándo se va a derogar la mal llamada Reforma Laboral, que penaliza mayormente a los empleados jóvenes y a las mujeres? ¿Cómo hará más accesible la adquisición de vivienda adecuada para la juventud? ¿Qué apoyo habrá para jefas de familia (un gran número son jóvenes) que desean continuar estudiando o insertarse a la fuerza laboral, pero el gobierno las penaliza si lo hacen? ¿Qué oportunidades de empleo y mejores salarios habrá para la juventud? ¿Cómo se garantiza un fortalecimiento de las finanzas de la UPR y no meramente mantener el menguado presupuesto actual? Estas y otras tantas interrogantes fueron ignoradas.

Esta era una oportunidad para trazar ante el país y la legislatura un proyecto de desarrollo nacional, particularmente enfocado en la juventud. Por ejemplo, el gobierno debe invertir recursos para retener a nuestra juventud. Esto incluye fortalecer socioeconómicamente instituciones que adiestran y emplean a nuestros jóvenes. Es necesario fortalecer e invertir más dinero en nuestras instituciones educativas públicas, descentralizando el Departamento de Educación y restituyendo la fórmula del 9.6% del Fondo General para la UPR. Debemos estimular el empresariado y el cooperativismo juvenil, sin que el gobierno continúe entorpeciendo esos esfuerzos. Esto es solo una muestra de lo que el gobernador debió atender, pero prefirió pasar por alto.

El Gobierno no debe desentenderse de su obligación con las nuevas generaciones. Merecen apoyo, atención y herramientas para reconstruir a Puerto Rico.

Yo tengo fe en la Clase del 2021. Ellos y ellas han sabido echar hacia adelante a pesar de los obstáculos. Nos recuerdan a las espadas más resistentes en la Edad Media. Su material era tan fuerte que debían forjarse al fuego más alto. Esta generación se ha forjado al intenso calor de la debacle de nuestro modelo económico y político. Además, ha enfrentado huracanes; inspiró la expulsión de un gobernante a mitad de término; ha resistido temblores y ha hecho frente a una pandemia.

Esta nueva generación es fuerte y nos convoca a las otras generaciones a trabajar junto a ellos por el país que merecemos. A la Clase del 2021, ¡gracias por la esperanza!