“Miles han muerto a causa del COVID-19 y sus variantes. No sé de nadie que haya muerto a causa de la vacuna.” Esa fue mi respuesta el pasado lunes a un joven que me preguntó: ¿Cuál es su posición sobre la vacuna? Entendió.

Si convivimos en sociedad debemos protegernos mutuamente. He escuchado algunas justificaciones de personas para no vacunarse.

Los que no se pueden vacunar desde una perspectiva salubrista, porque les compromete su salud, deben seguir instrucciones médicas. Si la vacuna agrava una precondición de salud y compromete su vida, naturalmente no deben vacunarse. Deben, responsablemente, hacerse pruebas periódicas y seguir los protocolos para evitar contagios a ellos y a otras personas, incluyendo seres queridos.

A los que no pueden vacunarse por no tener edad, debemos cuidarlos y protegerlos. Mis hijos pudieron vacunarse. Pero tengo sobrinos y sobrinas que no tienen la edad para vacunarse. Hay que orientarlos y junto a ellos usar mascarillas y mantener las normas para evitar el contagio.

Los que por razones religiosas no lo hacen, comprendo. Les comparto mi humilde opinión.

Yo crecí en un hogar cristiano. Me enseñaron que Dios es Omnisciente (lo conoce todo), Omnipresente (está en todas partes) y Omnipotente (lo puede todo). Ese Dios nos hizo “a imagen y semejanza.” No iguales, pero a “imagen y semejanza”. Para que nos acerquemos lo suficiente a su inmensidad, sin ser tan inmensos. Me enseñaron que es un Dios de amor y nos protege.

¿Cómo ese Dios nos daría el intelecto y entendimiento a nosotros como humanos para enfrentar las vicisitudes o retos y tengamos la soberbia de rechazar esas capacidades? No pienso que ese Dios nos penalizaría por utilizar su sabiduría divina delegada a sus hijos e hijas para mejorar nuestra salud y protegernos nosotros mismos, a los que amamos y al prójimo.

Escuché al alcalde de Bayamón, Ramón Luis Rivera, hijo, la semana pasada decir que de 58 casos de hospitalizaciones en ese momento por la pandemia en su municipio, 56 no estaban vacunados. La pandemia no pregunta de qué partido eres, ni tu religión, ni tu origen social; es un asunto de vida y salud.

Lo irónico es que quienes dicen no creer en la vacuna, cuando han sido contagiados, van a hospitales. Ponen su vida en manos de profesionales de la salud. En enfermeras y médicos. Ponen sus vidas en la medicina. Esos profesionales arriesgan sus vidas para cuidar a los que no tomaron medidas para cuidarse ellos mismos. Por su desprendimiento y dedicación profesional merecen nuestro apoyo, respeto y protección.

Creo que el Gobierno, aunque dubitativo y vacilante al inicio, hace bien en estimular la vacunación. Creo que el Gobierno falló en no adoptar tres principios de política pública necesarios: pruebas, rastreo y vacunación. Se perdió tiempo por corrupción y busconeo al costo de nuestra salud. Las vistas en la Cámara de Representantes el cuatrienio pasado demostraron que la prioridad de personas en el Gobierno era enriquecerse y usar influencias para lucrarse. El rol ejemplar y fiscalizador del representante Denis Márquez sacó a la luz las aguas sucias del manejo en la pandemia.

Debemos insistir como sociedad en el contrato social mutuo que tenemos como seres humanos, de respeto y amor al prójimo, sobre todas las cosas. Debemos cuidarnos.

Coincido con la exepidemióloga del Estado, Ángeles Rodríguez, de que la última Orden Ejecutiva es insuficiente y muy tímida ante el repunte de casos.

Tenemos que hacer más. Es nuestro deber ciudadano. Nos debemos el uno al otro porque entre todos, somos uno.