En días recientes la discusión pública ha centrado su lupa sobre el tema de la depresión posparto. Este es un fenómeno que, aunque relativamente común, se comenta poco por su carácter íntimo. No obstante, ese silencio social puede ser el peor enemigo de las mujeres y otras personas gestantes. Redunda en falta de comprensión y educación sobre sus efectos terribles y cómo tratarlos. Provoca un vacío peligroso e inaceptable en la política pública dirigida a garantizar el derecho a la salud de las mujeres. Y, genera tabúes que permiten la proliferación de desinformación al respecto.

La depresión es una de las principales condiciones incapacitantes sufridas por personas de 15 años o más. En el contexto del puerperio –un periodo de cambios profundos y ajustes en la vida de toda familia– las mujeres suelen sufrirla con mayor frecuencia.

La depresión posparto se reconoce cada vez más como una complicación única y seria asociada al alumbramiento, con una prevalencia estimada de hasta 22% en los 12 meses subsiguientes al nacimiento. Esta no solo afecta el bienestar de la madre, sino que también incide sobre la salud de la criatura.

En Puerto Rico, la inmensa mayoría de las madres no son evaluadas con el propósito de detectar esta condición. Consecuentemente, ante la falta de un protocolo universal y sistemático de identificación, muchas mujeres quedan a su suerte y confrontan la depresión sin una red de apoyo adecuada, y sin las herramientas formales que ofrecen las disciplinas de salud mental.

Entre otros síntomas, las madres deprimidas sufren de letargo, merma en el placer y la concentración, baja autoestima, mal estado de ánimo, problemas de coordinación psicomotora, alteración de los hábitos alimenticios, insomnio e ideación suicida. Estos síntomas, a su vez, suelen perjudicar marcadamente su sensación de bienestar, sus relaciones familiares, el rendimiento y la productividad en el trabajo, el perfeccionamiento de vínculos saludables con sus recién nacidos y el desarrollo conductual y cognitivo de los bebés.

Reconociendo la gravedad de esta situación, el U.S. Preventive Services Task Force ha recomendado que, durante el puerperio, se realicen pruebas rutinarias de detección de depresión en los centros de cuidado primarios que garanticen un diagnóstico preciso, un tratamiento eficaz y políticas de seguimiento adecuado.

La implementación de protocolos universales y sistemáticos de cernimiento maximiza la probabilidad de que se identifique y trate adecuadamente la depresión posparto. Ese es el propósito de dos proyectos radicados por la delegación del PIP: P. del S. 227 y P. de la C. 571. La versión del Senado, en particular, ha adelantado bastante en el trámite legislativo. Fue aprobada de forma unánime el pasado 6 de febrero en el Senado y ha recibido un Informe Positivo de la Comisión de Salud de la Cámara de Representantes.

El camino está trazado para que la Asamblea Legislativa subsane los impedimentos estructurales que limitan el acceso de las madres a los servicios de salud mental que necesitan, y a los que tienen derecho para vivir de forma digna y productiva.

No hay razón para que, en el presente, las madres puertorriqueñas sufran la depresión posparto solas, sin las herramientas formales necesarias para sobrellevarla y superarla.

Este no es un asunto que pueda visualizarse como algo exclusivamente privado, tiene que visibilizarse y reconocerse como una cuestión del más alto interés público. Claro, para que eso ocurra, hace falta que todas las ramas de gobierno tomen pasos afirmativos. Convertir en Ley el P. del S. 227 es un paso necesario y solidario que no puede dilatarse.