La semana pasada estuvo en Puerto Rico un grupo de congresistas miembros del Comité de Recursos Naturales para discutir con distintos partidos y sectores el borrador del proyecto federal para que el pueblo de Puerto Rico se exprese sobre su estatus político con fórmulas no coloniales ni territoriales. El resumen del planteamiento del PIP fue que los que estamos en serio con la descolonización debemos exigir que el Congreso diga la verdad.

El pueblo de Puerto Rico tiene el derecho inalienable a la libre determinación e independencia, y los Estados Unidos la obligación de descargar su responsabilidad descolonizadora. Debe ser tarea impostergable para ambos países ponerle fin al régimen colonial, tal y como acertadamente reconoce el borrador del proyecto. Pero, si estamos en serio con respecto a la descolonización, el proyecto debe incluir cambios y enfrentar realidades evidentes.

Mientras el proyecto mantenga el lenguaje de que la opción de la estadidad es autoejecutable, va a fracasar. Constituye la proverbial píldora venenosa. Esa fue nuestra advertencia principal, basada en las experiencias del pasado como el Proyecto del Senado 712, conocido como el Proyecto Johnston. Ese proyecto inició un amplio proceso de 1989 a 1991 sobre el tema del estatus de Puerto Rico. No fue aprobado, luego de años de trabajo, debate, estudio y consideración debido a que el Congreso no va a aceptar un proyecto que lo haga renunciar a su determinación final sobre el territorio y las condiciones que desee imponer para la opción de la estadidad.

Si el Congreso no enfrenta las complejidades de fondo que para Estados Unidos entraña el tema de la estadidad, el proyecto de ley no tiene futuro. Es difícil -por no decir imposible– pensar, por ejemplo, que haya más de un puñado de congresistas y senadores realmente dispuestos a votar a favor de un proyecto que disponga -como implica el anteproyecto- que si la estadidad saca 51% del voto y la soberanía -bajo la independencia o la libre asociación- obtiene conjuntamente 49%, el presidente deberá proclamar la admisión de Puerto Rico como estado dentro del año de la votación. Con una sobrecarga como esa no hay bote salvavidas que pueda permanecer a flote.

Aun si el margen fuera mayor, cabría preguntarse cuántos miembros del Congreso estarían en disposición de renunciar a su facultad constitucional de incorporar nuevos estados como parte de la nación, abdicando a su responsabilidad de admitirlos en función de los intereses de los Estados Unidos y no a base del interés momentáneo de la población de un territorio.

Luego de esta advertencia, algunos supuestos “analistas”, que son más “analistas” de profesión con sus propias agendas, acusaron falsamente al PIP de querer excluir la estadidad. Fue una movida desesperada. No se trata de excluir ninguna opción del borrador de proyecto, se trata de que el Congreso sea franco. El intento demagógico de algunos tuvo una pronta respuesta de líderes del Congreso que validaron la advertencia del PIP.

El periodista José Delgado entrevistó a dos líderes republicanos luego de la reunión del PIP con los congresistas para preguntar sobre el requisito de autoejecutabilidad para la estadidad. “Entiendo que están promoviendo que la estadidad para Puerto Rico sea automática una vez ocurra un voto de los puertorriqueños. Cualquier propuesta que le quite al Congreso la autoridad para tomar la decisión final tendrá mi oposición”, indicó el congresista Thomas McClintock (California).

Por su parte, el líder de la minoría republicana en el Comité de Recursos Naturales, Bruce Westerman (Arkansas), escribe Delgado, descartó este miércoles respaldar la legislación que se prepara en favor de un plebiscito federal en Puerto Rico que vincule al Congreso.

Estos son dos líderes republicanos, del mismo partido de la Comisionada Residente, que han dicho lo mismo que anticipó el PIP. Si los estadistas insisten en ese lenguaje, terminarán premiando al inmovilismo del Partido Popular porque ocurrirá nada.

Asimismo, hay aspectos relacionados al idioma, índices económicos y consenso poblacional que deben responderse, para conocimiento del país y los de los propios estadistas.

Insisto que si queremos ir en serio con la descolonización hay que hablar con la verdad. No hay mejor desinfectante que la luz del sol.