¿Qué es ser puertorriqueño o puertorriqueña?

Ese debate surge ante la hazaña de Jasmine Camacho Quinn obteniendo oro en las Olimpiadas y su deseo de reafirmar su esencia puertorriqueña compitiendo en representación de nuestra patria.

Puerto Rico es un pueblo único. Somos una nacionalidad orgullosa de nuestra historia, idiosincrasia, idioma y cultura. La nacionalidad es el amor instintivo y espontáneo que sentimos por ese país al que estamos convencidos que pertenecemos.

Nuestros mayores enemigos han sido los dos imperios más poderosos de sus respectivas épocas: España y Estados Unidos. Ambos han tratado de desnaturalizarnos, de hacernos algo que no somos. Un pueblo no es un territorio. Una nacionalidad es un concepto; es un sentimiento de amor y hermandad.

En estas Olimpiadas vimos como dos jóvenes abanderados, Adriana Díaz y Brian Afanador, enarbolaron nuestra bandera. En sus manos empuñaban nuestra identidad, nuestros sueños y nuestras aspiraciones.

Luego tuvimos un momento sublime. Jasmine Camacho Quinn, pudiendo como ella misma dijo competir en el equipo de Estados Unidos, se puso en el pecho la bandera de nuestros colores patrios. Pudiendo competir, sin duda, a nombre del equipo de EE.UU., decidió correr por Puerto Rico. Eso la hace puertorriqueña.

Recuerdo cuando Mónica Puig ganó el oro por Puerto Rico. Le señalaron políticamente. Dijeron que entrenaba en otro país. Algunos dijeron que no era la primera medallista puertorriqueña. Unos pocos la comparaban con una medallista que decidió competir por Estados Unidos, aunque era puertorriqueña. Quisieron menospreciar su esfuerzo y valor.

Cada atleta decide cuáles son los colores que abraza al terminar su jornada deportiva. Y cada atleta decide cuál es el himno que sonará cuando gana el oro. Y aún sin ganar el oro, cada atleta decide la bandera que seca sus lágrimas y decide honrar esa bandera puertorriqueña en un futuro momento.

Esos y esas para mí son puertorriqueños y puertorriqueñas.

Hemos sido un país intervenido y han tratado de desnaturalizarnos. Nunca hemos renunciado a ser lo que somos: ¡Puertorriqueños siempre!

El nacionalismo es el amor instintivo que siente todo ser humano a pertenecer a una comunidad, a un pueblo. Para los estadounidenses su bandera de estrellas y franjas les llena de emoción. A mí no. A mí me llena de emoción la monoestrellada. Eso me hace puertorriqueño. Es el sentido natural de las cosas. Es una emoción que no tiene explicación racional. Es del corazón. Es identidad.

Esa identidad de pueblo se simboliza en bandera e himno. Es algo que no se aprende, se siente.

Cuando Puerto Rico compite contra otros países en el deporte, nos unificamos. Somos un solo pueblo. Somos un solo corazón, sin importar nuestras ideas políticas, partidistas, sociales o religiosas.

Cuando Jasmine Camacho Quinn cruzó en primer lugar la línea final, todos y todas cruzamos con ella. Todos y todas lloramos con ella. Todos y todas estábamos abrazados a una misma bandera: la monoestrellada. Y todos y todas cantamos el mismo himno, el nuestro, el de Puerto Rico.

Todo lo que somos como pueblo, con nuestras luces y sombras, lo que logramos en lo material y en lo espiritual, es producto de nuestro esfuerzo. Lo que hemos alcanzado como nación ha sido a sangre, sudor y lágrimas.

No importan los juicios de algunos que perversamente desean desnaturalizar a Jasmine. En soledad, ella ha tenido que dar todo para darnos gloria. Renunció a mucho por ser puertorriqueña y representarnos.

Desean quitarle su identidad por faena ideológica. Ella corrió por Puerto Rico. Ella se siente e identifica como puertorriqueña. Y siente orgullo de enarbolar nuestra monoestrellada. ¡Ella es puertorriqueña Quinn-ñeta!