La pregunta es casi compulsoria, entre todas las cosas que pueden hacer las mujeres en pleno siglo XXI, por qué todavía hay jóvenes que  deciden competir en un certamen de belleza. Para muchas personas este tipo de competencia puede resultar en una cosa obsoleta, un sinsentido en el que lo que se sigue haciendo es “explotando” la imagen de la mujer, mostrándola como ese objeto del deseo por excelencia.

Pero los concursos siguen despertando pasiones entre muchas jóvenes que todavía ven este tipo de evento como una “plataforma”, un “trampolín” o una “gran oportunidad” para lograr sus “sueños”. Son precisamente todas esas palabras y frases clichosas y trilladas las que se escuchan una y otra vez entres las participantes, quienes siguen al pie de la letra ese libreto que vienen masticando muchas de las reinas por los pasados 30 años.

Al escuchar a muchas de las participantes de la edición de este año de Miss Universe Puerto Rico, observo que muchas de las razones para participar siguen siendo las mismas. Pero también veo que hay muchas de estas mujeres que ven el certamen como un reto, como una manera de demostrarle al mundo que ellas también pueden, por utilizar ese mismo lenguaje de la belleza.

La  autoestima es una razón de peso para muchas de estas jóvenes quienes fueron demasiado altas, demasiados flacas, demasiado sweet, demasiado,  cuando estaban en escuela superior, cuando  muchas de ellas sufrieron el acoso por no cumplir con esa “perfección” corporal, por no contar con las medidas de la popularidad social.

Entonces, ahora que caminan en tacones, se maquillan, se ponen un vestido y caminan libremente por una pasarela, entre las risas y los aplausos de una audiencia que se bandea  entre el culto y la burla, me cuestiono por qué no competir en un certamen de belleza.

Por qué no hacerlo si es una decisión a conciencia sobre ese cuerpo que sigue siendo explotado de tantas y diversas formas, por qué no hacerlo si después de todos los primeros en criticar y aplaudir la belleza somos los mismos que decidimos seguir prendiendo el televisor año tras año para ver ese momento de la pregunta final -ese instante de burla- en espera de ver si la ansiada corona va al cuerpo correspondiente, en espera de si esas medidas cumplen con nuestras medidas del espectáculo de la belleza.