Liviana, sencilla y predecible, la película 200 cartas se adhiere firmemente a la fórmula de la comedia romántica, sin olvidar algunos de los encantos inherentes –aunque trillados– del género, en particular la agradable dinámica de grupo que se suele dar entre sus protagonistas antes del beso que sella el final “... y vivieron felices para siempre” . 

El largometraje del director y guionista Bruno Irizarry  funciona a su vez como un “road movie”  boricua en el que la propia Isla cobra un papel protagónico al ser hermosamente fotografiada por el cinematógrafo Raoul Germain. Lin-Manuel Miranda, Jaime Camil,  Dayanara Torres y Mónica Steuer recorren sus pueblos en busca de “la chica de los sueños”  de “Raúl” (Miranda), un artista gráfico niuyorrican que conoció a la muchacha en una barra y ahora visita Puerto Rico por primera vez para encontrarla.  

Poco logra el guion de Irizarry para elevar a los personajes más allá de los arquetipos: el introvertido y tímido soñador (Miranda); el mujeriego extrovertido (Camil); la mejor amiga “hippie” (Steuer); y la chica “menos femenina” pero mucho más interesante (Torres) que la que el protagonista anda persiguiendo, pero que es demasiado ingenuo para notarlo. A pesar del desarrollo superficial, los actores se desempeñan bien en sus respectivos papeles, en particular Miranda y Camil, quienes logran una contagiosa química como los panas disparejos con dos objetivos distintos: el de uno, sentimental, y el del otro, puramente carnal. 

Por su parte, Dayanara Torres hace lo que puede con lo poco que hay en la página como el  interés amoroso. Mientras en sus escenas junto a Miranda luce natural y genuina, el rol  básicamente le pide -a una ex Miss Universo- pasar inadvertida por el sexo opuesto. Aun ataviándola con un “tank top”, pantalones “cargo”, botas de construcción y pasando una manguera de presión, Torres sigue siendo una mujer que inmediatamente llama la atención, y lo hace desde su primera aparición.

En términos de dirección, Irizarry da vida a las fantasías de “Raúl”  por medio de unas secuencias animadas, muy bien logradas, en las que los superhéroes de su cómic entran y salen de la realidad. El director recurre a viñetas  a lo largo del filme, abusando un tanto de ellas, pero en el desenlace cumplen con su propósito. Su narrativa tropieza entre el segundo y tercer acto, cuando la naturaleza episódica de la búsqueda por la misteriosa chica hace dos o tres paradas de más en el camino, pero aun cuando es posible saber cómo 200 cartas acabará a los 15 minutos de haber comenzado, el pequeño rato que compartimos  junto a estos personajes se pasa amenamente.