Big Eyes
La Tierra le ha dado muchas vueltas al Sol desde el último filme memorable de Tim Burton, y por lo visto le dará varias más.

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Lo que más llama la atención de Big Eyes, el nuevo largometraje de Tim Burton, es que no parece una película de este excéntrico director. Salvo una secuencia en la que el personaje protagónico de la pintora Margaret Keane –interpretada por Amy Adams en uno de los papeles más débiles de su carrera- ve los llamativos ojos gigantes de sus obras en los rostros de las personas que se encuentra en la calle, el distintivo toque burtonesco está completamente ausente. La reunión del cineasta con Scott Alexander y Larry Karaszewski, guionistas de su obra maestra, Ed Wood, ciertamente prometía más que esta insípida adaptación biográfica de la “verdadera” historia de la artista que causó sensación con sus retratos ojones en la costa oeste estadounidense a mediados del siglo 20 y luego libró una batalla legal contra su inescrupuloso esposo por la autoría de estos.
La Tierra le ha dado muchas vueltas al Sol desde el último filme memorable de Tim Burton. Excluyendo a Frankenweenie (2012) -adaptación animada de su propio cortometraje de 1984, razón primordial por la que evocó a sus mejores años creativos- el director se ha dedicado desde 1999 -con Sleepy Hollow- a tomar material ajeno, a tono con sus sensibilidades, e implantarle su gótico estilo kitsch, resultando en producciones visualmente atractivas pero inmediatamente olvidables. Big Eyes continúa con este patrón que estéticamente resulta bastante ordinario, algo que se plantea como una anomalía para Burton. El diseño de producción de Rick Heinrichs es elegante y la cinematografía de Bruno Delbonnel lo retrata muy bien, pero no hay prácticamente nada que lo identifique como un trabajo de autor, lo cual resulta irónico en una cinta en el que se debate –al menos superficialmente- el valor de la estampa de un artista.
El trabajo del elenco también deja mucho que desear, comenzando por la disparidad tonal entre ambos protagonistas. Adams encarna a Margaret melodramáticamente, como la típica mujer reprimida de los años 50 cuyo único modo de verdadera expresión lo halló en el lienzo y le fue usurpado por quien fue su marido. Es aquí donde entra Christoph Waltz interpretando a Walter Keane a través de un reciclaje de su célebre personaje de “Hans Landa”, ultra carismático por un lado y malévolo por el otro, vendiendo como suyas durante años las obras de su esposa para lucrarse económicamente. La sobreactuación de Waltz raya en la caricatura y quizá denota el límite histriónico del actor para desarrollar papeles de otra manera. Mientras Waltz apela a la farsa, Adams va en busca del drama, y sus estilos nunca logran armonizarse.
El libreto de Alexander y Karaszewski tampoco se esmera por profundizar en ideas que deja en el aire, como la comercialización del arte, el arbitrario valor que se les da a los trabajos de un artista por encima de otros, y la percepción del valor del arte de parte de aquellos autodenominados árbitros del buen gusto: los críticos. Terrence Stamp, en un papel secundario y trágicamente limitado, interpreta a un crítico de arte de The New York Times, personaje que al principio parecía iba a figurar más prominentemente en estos temas que el guión postula pero rápidamente abandona para hacer un simple recuento de lo que equivale a una página de Wikipedia acerca del ascenso, caída y redención de Margaret Keane.
Y en cuanto al desempeño de Burton, no hay mucho que decir cuando el director no parece estar presente en su propia película. Soy de aquellos que lleva años clamando porque se salga de su zona de comodidad y regrese a proyectos originales como Edward Scissorhands, Beetlejuice o incluso Mars Attacks!, considerada como uno de sus peores trabajos pero al menos se arriesgó e hizo algo diferente. Sin embargo, tras ver Big Eyes, quizá sea mejor que continúe apoyándose de su trillada muletilla y “burtonifique” The Adams Family o The Munsters. De paso que llame a su amigo Johnny Depp, cuya carrera también está necesitada de ayuda.