La séptima entrega de una serie cinematográfica no debería ser así de buena, mucho menos cuando la película original estrenó hace casi cuatro décadas y la calidad de las secuelas que se han visto desde entonces ha recorrido todos los niveles del espectro. Pero tal es el caso de Creed, largometraje que no solo se conforma con extender la saga del púgil “Rocky Balboa” que inició en 1976, sino que la revitaliza y aplana el camino para que continúe vigente en el cine por rounds años más. En términos boxísticos, el trabajo que logran el director y guionista Ryan Coogler junto a los actores Michael B. Jordan y –por supuesto- Sylvester Stallone, es uno de los mejores “comebacks” que se han visto en el medio.

En papel, la trama parece ideada por un comité de desalmados ejecutivos de Hollywood que solo buscan sacarle dinero a una marca reconocida con otra innecesaria secuela que nadie pidió ver. En pantalla, el resultado no podría ser más distinto. Creed parte de una premisa tan obvia, tan perfectamente natural dentro de la historia de esta franquicia, que uno se pregunta cómo no la hicieron antes, y a través de ella produce el mejor relato dramático que se halla visto en esta serie desde Rocky II

El libreto escrito por Coogler y Aaron Covington nos devuelve a las calles de Filadelfia de la mano de “Adonis Johnson” (Jordan), el hijo que “Apollo Creed” –ex oponente y amigo de “Rocky”- tuvo fuera de matrimonio, y cuya meta es crear su propia leyenda sobre el cuadrilátero. Para ello, “Adonis” recurre a la experiencia de “Rocky”, apelando a la memoria de su antiguo contrincante para que acepte entrenarlo. El resto de la trama jamás se distancia mucho de lo previsible, evocando la estructura de la primera cinta con la inclusión de un sutil y creíble romance que hilvana con el entrenamiento de “Adonis” hasta llegar al culminante combate entre el campeón del mundo y el púgil sin experiencia. 

Manteniéndose fiel a sus mejores predecesoras –léase Rocky y Rocky II-, el corazón de Creed yace en lo que ocurre fuera del ring, no dentro de él, particularmente la emotiva relación que nace entre “Adonis” y “Rocky” en la que ambos combaten contra sus respectivos demonios a la vez que confrontan su pasado. El trabajo de Stallone es genuinamente conmovedor, fácilmente su mejor actuación dramática en décadas y su nombre merece mención en cualquier conversación que gire en torno a las mejores actuaciones secundarias del 2015. A estas alturas de su carrera, luego de mayormente protagonizar películas desechables por los pasados 20 años, su interpretación es toda una revelación.

Stallone encarna a un “Rocky” que parece haber envejecido junto a él. Hay tanto de su persona en este icónico personaje que prácticamente son inseparables. Confesiones que “Rocky” hace acerca de su hijo recuerdan a la trágica muerte de su hijo en la vida real. El peso de las muertes de “Adrian” y “Apollo” es uno con el que todavía carga, pero aún dentro de toda la pena que puede llevar consigo, siempre exhibe esa entrañable actitud de simpatía e inquebrantable positivismo que hicieron del púgil –y de Stallone- personalidades intrínsecas de la pantalla grande. Aun después de cuatro décadas, “Rocky” siempre logra sacar lo mejor de este actor.

Jordan, por su parte, es el contrapunto perfecto para Stallone, sirviendo del yin a su yang con su interpretación de un joven de carácter violento, rasgo que utiliza para esconder la inseguridad que lleva sembrada desde la infancia. Físicamente Jordan no tiene que esforzarse para convencer a nadie que podría ser un boxeador de talla mundial, pero en términos histriónicos su trabajo es más exigente, pues encierra todas sus emociones detrás de su hermetismo. El joven actor no halla dificultad en este aspecto, consiguiendo la construcción de un personaje completo con el que la mayoría del público se podrá identificar.

Hay una que otra falla en Creed. Detallitos como las innecesarias gráficas que introducen a los boxeadores como si fuera un juego de vídeo o la fijación del director Coogan por los extensos planos secuenciales que en ocasiones distraen demasiado por su artificialidad. La película también se pudo haber beneficiado de unos 15 minutos menos que compactaran mejor sus virtudes, pero estas terminan siendo pequeñeces. Pocos temas musicales arrancan mayores emociones que el de Rocky, y cuando se escucha todo lo demás se olvida. Si no comparte este sentimiento, Creed quizá no sea para usted, pero para el resto, la película le ofrecerá lo mejor de esta serie.