En manos de un cineasta como Sam Raimi, experto en incorporar la comedia al género del horror, Abraham Lincoln: Vampire Hunter habría resaltado los aspectos más descabellados de su absurda propuesta para beneficio tanto del filme como del público, porque sencillamente no hay manera de tomar con seriedad la idea del décimo sexto presidente de Estados Unidos como un caza vampiros.

El señor Raimi, lamentablemente, no estaba disponible.

La dirección de esta adaptación de la novela homónima de Seth Grahame-Smith -quien escribió este terrible guión al igual que el de Dark Shadows, otra mediocre cinta gótica del 2012-, estuvo a cargo del ruso Timur Bekmambetov, conocido por las ultra estilizadas entregas de acción Wanted y Night Watch / Day Watch. Desde los primeros minutos es obvio que el acercamiento de Grahame-Smith y Bekmambetov a esta reinvención histórica será uno de absoluta gravedad, así que si el espectador se ríe, sólo será accidentadamente por lo mala que es. 

Benjamin Walker interpreta a “Abraham Lincoln” como el noble y honesto joven que es reclutado por un misterioso hombre (Dominic Cooper) para cazar a los vampiros que se han infiltrado como aliados de los estados sureños que apoyan la esclavitud. El interés de estos chupasangre en los esclavos, sin embargo, es que le sirvan DE alimento, no EL alimento. 

El guión está estructurado como un videojuego. De hecho, se hace sentir como si el espectador estuviese sentado junto un amigo jugando frente al televisor con control remoto en mano. “Lincoln” recibe misión tras misión y va mejorando sus habilidades con la trama apareciendo de vez en cuando entre una larga secuencia de acción y otra. Seguimos a "Abe" desde sus humildes comienzos hasta llegar a la Casa Blanca cuando –tal y como en un videojuego- tendrá que pelear con el súper vampiro, “Adam” (Rufus Sewell), en el extravagante, interminable y aburrido “boss fight” que culmina la aventura.

Similarmente, en la dirección de Bekmambetov predomina esa estética virtual que se manifiesta cuando la acción es filmada frente a “green screens” o creada dentro de una computadora, por lo que todos los escenarios lucen falsos. El cineasta abusa sin misericordia de la cámara lenta, acentuando el despilfarro digital por medio del continuo detenimiento de la acción que va en contra del principio básico de esa técnica cinematográfica. De prescindir de ella, la cinta se reduciría a un cortometraje.

Hablar de actuaciones sería injusto, ya que ni Daniel Day Lewis podría lograr algo moderadamente pasable con este libreto, pero vale señalar a Walker como un actor que podría impresionar como protagonista en mejores circunstancias. Su incuestionable parecido a Liam Neeson no se limita a lo físico, sino además en presencia escénica, así que si Grahame-Smith decidiese escribir la precuela Oskar Schindler: Nazi Zombie Killer, Walker podría protagonizarla. Esperemos que para esa Raimi sí esté a la mano.

Abraham Lincoln: Vampire Hunter es lo que sucede cuando una premisa digna de un divertido e inofensivo B Movie es llevada al nivel de un estudio multimillonario, más enfocado en sacar productos desechables atados a una marca o tendencia en el mercado que en deleitar al público a cambio del precio de admisión. Su mayor pecado es que ni siquiera es entretenida. Es vana, tediosa, pésimamente realizada y lo único que provoca es el deseo de que John Wilkes Booth se hubiese cruzado en el camino de este Lincoln durante el primer acto y acabase con nuestra miseria.