
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 12 años.
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No será fácil, pero es de suma importancia que recuerde respirar mientras ve el acto final de Argo, el tercer largometraje de Ben Affleck con el que deja rotundamente claro que ya no tiene mucho que probar en su nueva faceta como director. Es uno de los mejores cineastas estadounidenses del momento. Punto.
Como suele ser el caso con todo filme que inicia con las palabras “Basado en una historia real”, Affleck se toma algunas libertades creativas en su guión -adaptado de un artículo de Joshuah Bearman publicado en la revista Wired en el 2007- al contar la increíble hazaña en la que la CIA se inventó una mega producción hollywoodense de ciencia ficción para rescatar a un grupo de rehenes de Irán. Los hechos no transcurrieron exactamente como aparecen en pantalla, pero esto se perdona ante semejante espectáculo de asfixiante tensión.
La película arranca con el viejo logotipo de Warner Bros. de los años 70, y si esto le produce un júbilo instantáneo es porque es un verdadero fanático del cine. Affleck evoca los clásicos thrillers políticos de esa época -como Three Days of the Condor y All the Presidents Men- a la vez que canaliza a maestros como Sidney Lumet en su hábil dirección que supera la vista en sus cintas anteriores, Gone Baby Gone y The Town.
Acto seguido, una serie de storyboards –elemento visual que cobrará importancia en uno de los mejores momentos del filme- nos introducen al Irán de 1979, cuando la embajada estadounidense fue saqueada por miles de estudiantes iraníes que exigían el regreso del shah que por años los mantuvo sumidos en la miseria y a quien le fue concedido asilo político en Estados Unidos. Affleck dirige esta secuencia inicial utilizando viejos formatos de película que proveen un grado de crudeza que contribuye al latente pánico que de inmediato se respira en la sala.
Los militantes capturan a decenas de rehenes, pero seis de ellos escapan en secreto y se esconden en la casa del embajador canadiense. Affleck interpreta a “Tony Mendez”, un agente de la CIA con vasta experiencia en extraer personas de lugares peligrosos, pero este caso requiere de un plan descabellado. Con la ayuda de un productor de Hollywood (Alan Arkin), un maquillista ganador de Oscar (John Goodman) y el legendario artista Jack Kirby (Michael Parks), diseñan la mentira perfecta: la producción de una nueva épica de ciencia ficción –derivada de Star Wars- que jamás llegará al cine, pero que usarán de excusa para hacer pasar a los rehenes como un equipo de filmación canadiense y sacarlos de Irán.
La dirección de Affleck es ágil, precisa, complementada por la fantástica edición de William Goldberg, la excelente cinematografía de Rodrigo Prieto y la banda sonora de Alexandre Desplat. Argo transcurre al ritmo de una bomba de tiempo a punto de estallar, mientras los militantes reconstruyen documentos y fotos para dar con los rehenes perdidos, a modo de un incesante segundero.
Affleck se ha destacado por su excelente manejo de un amplio elenco y aquí reafirma esa fortaleza. Arkin y Goodman proveen tremendos momentos de comedia que sirven como una válvula de escape a la estrangulante tensión que se siente a lo largo de la película. También cabe destacar a Bryan Cranston como el superior de “Méndez”, prueba de que este actor merece más papeles en la pantalla grande. Quien único decae un poco es el propio Affleck, en un papel no muy bien desarrollado en el que no resulta convincente como líder, pero la realidad es que la actuación nunca ha sido su fuerte.
Una de las señales de todo buen director yace en la habilidad de hacerle creer al público que todo puede salir mal incluso cuando se sabe que todo va a salir bien. Esto es doblemente cierto cuando la trama se basa en hechos históricos, como éste, en el que es fácil hacer una rápida búsqueda en Google y leer la verdad. Pero aun si de entrada conoce el desenlace de esta historia, Affleck le hará creer, al menos por un instante, que el resultado podría ser otro.