
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 13 años.
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Hay películas que son amor a primera vista, aquellas que nos dejan sin palabras y sabemos de inmediato que hemos visto algo único y especial. Hay otras que requieren –digamos- de una segunda o tercera cita para saber si en verdad nos enamora más allá de su puesta en escena, como es el caso de Beasts of the Southern Wild.
De haber podido, la habría vuelto a ver tan pronto aparecieron los créditos finales en pantalla, algo que suele apuntar a que la película tuvo un efecto más que positivo en el espectador. Sin embargo, en este caso quisiera repetir la experiencia para identificar las razones para la ambivalencia que dejó en mí, debatiéndome entre lo que el cineasta Ben Zeitlin logra hacer bien en su ópera prima y la artificialidad de una historia visualmente cautivante pero falta de dirección.
Así las cosas, no me queda de otra que criticarla desde la limitada perspectiva de esta primera impresión que –injustamente- tuvo que cargar con el peso de las grandes expectativas establecidas desde principios del año por los galardones obtenidos en los festivales de Sundance (Premio del Jurado) y Cannes (Cámara de Oro), donde recibió muy buenas críticas.
Beasts of the Southern Wild se desarrolla alrededor de una empobrecida comunidad que vive en un tipo de realismo mágico en los pantanos de Luisiana. Su protagonista es la pequeña “Hushpuppy”, una niña de seis años desde cuya perspectiva infantil se narra una historia que traza obvias analogías con la debacle dejada por el huracán Katrina, en el 2005, en los estados sureños de Estados Unidos.
La película está construida como si se tratase de un sueño, con elementos fantásticos, como las bestias de antaño que aparecen temprano en la trama, que “Hushpuppy” utiliza de alguna forma para enfrentarse a su tétrico entorno. A través de la curiosa mirada de “Hushpuppy” –encarnada con suma naturalidad por Quvenzhané Wallis- encontramos belleza entre la chatarra y los escombros, utilizando su oído como un vínculo emocional para escuchar los latidos del corazón de la vida que la rodea.
Para ser un debut directoral, Zeitlin demuestra un admirable dominio del medio en cuanto a la técnica cinematográfica se refiere. Su ritmo posee una energía primitiva de supervivencia que queda subrayada por la alusión a los uros (antecedentes de los toros que Zeitlin no consigue integrar satisfactoriamente a la trama) y por el personaje del papá de “Hushpuppy”, una de las mayores deficiencias del filme.
Dwight Henry hace de “Wink”, quien desea inculcarle a su hija la importancia de sobrevivir dentro de esta cruel realidad. La falta de experiencia histriónica de Henry queda evidenciada por su sobreactuada y monótona interpretación que deja un vacío en la relación paterno filial que representa el corazón de la historia. Zeitlin es mucho más sabio en el manejo de Wallis al no exigirle lo que no puede dar, obteniendo una magnética y genuina presencia en pantalla que carga con la película.
El uso de la cámara a mano -que capta la fantástica cinematografía en 16mm de Ben Richardson-, la constante narración de “Hushpuppy” y la estructura de carácter etéreo empleada por Zeitlin, evocan el estilo de las últimas obras de Terrence Malick (The Thin Red Line, The Tree of Life) pero sin embargo carecen de su cohesión narrativa y armonía visual. Son más bien una serie de viñetas que por separado contienen su propio encanto, pero que no están bien hilvanadas para formar un todo, incluso contradiciéndose en la forma cómo van construyendo esta realidad alterna.
Desde su fascinante propuesta visual, la música compuesta por Zeitlin y la actuación de Wallis, que seguramente le valdrá varias nominaciones a premios, hay tantas cosas que admirar en Beasts of the Southern Wild que me invitan a revisitarla simplemente para ver si éstas compensan la grietas en su argumento e inconsistencia narrativa. La película aparenta querer decir muchas cosas a través de la pequeña odisea de “Hushpuppy” pero la conexión emocional no estuvo presente para mí… al menos esta vez.
Espero ser yo, ya que tenía muchas ganas de dejarme enamorar por ella.