Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 14 años.
PUBLICIDAD
No cabe duda que, para muchos, la muerte es un negocio redondo y muy lucrativo. Siempre habrá muertos y siempre habrá quienes se beneficien económicamente de ellos. Algunos lo hacen con integridad, otros, sin ella.
Carancho, tipo de ave de rapiña que se alimenta de animales muertos, es un título más que apropiado, no sólo para el crudo e intenso filme argentino que estrena este jueves en Fine Arts, sino para aquellos que se dedican a perseguir a víctimas de accidentes de tránsito y aprovecharse de su miseria. Según estadísticas expuestas al principio de la cinta del director Pablo Trapero, en Argentina mueren diariamente 22 personas en las vías públicas, 8,000 al año y 100,000 en la última década. Las compensaciones de las aseguradoras son millonarias, por lo que el pavimento ensangrentado es terreno fértil para estos inescrupulosos.
El gran actor argentino Ricardo Darín interpreta a uno de estos caranchos, llamado “Sosa”. La primera vez que lo vemos en pantalla está recibiendo una brutal paliza por parte de dos hombres, el mejor estado en el que lo veremos en toda la película porque, a pesar de estar en el piso, aún no ha tocado fondo. “Sosa” es un abogado desaforado que ahora se gana la vida timando a personas que han sufrido accidentes de tránsito, obteniendo los cheques de las aseguradoras y pagándoles un mínimo porcentaje. Sin embargo, él no se queda con el dinero. Se lo entrega a la mafiosa firma de abogados para la que trabaja.
Darín interpreta a “Sosa” como el típico anti héroe de un film noir: el villano con corazón de oro que sólo quiere conseguir suficiente dinero para comenzar de nuevo. No es exactamente una buena persona, pero en medio de tanta escoria, sobresale como el menos malo, y Darín es experto en transmitir las dualidades de los personajes introspectivos que caminan esa fina línea entre el bien y el mal.
La luz al final del muy oscuro túnel de “Sosa” se manifiesta en forma de “Luján” (Martina Gusman), la doctora de quien se enamora y que también atraviesa por sus propias penas. Se dice que la miseria ama la compañía, y la relación que nace entre ellos es un claro ejemplo de ese refrán, pues “Luján” lo acepta a sabiendas de un terrible acto que cometió “Sosa” que le costó la vida a una persona y que desencadena una serie de sucesos que define sus destinos.
El director es un obvio amante de los planos secuencias, utilizando largas e ininterrumpidas tomas para estructurar su narrativa en las escenas más importantes. Muchas de ellas pasan inadvertidas pero Trapero filma dos -especialmente la que culmina el largometraje- que están tan bien logradas y planificadas que evocan las hechas por Alfonso Cuarón en Children of Men.
Muerte, miseria, tragedia y poca esperanza es lo que les espera a los que vayan a ver Carancho. Claro está que, en manos de talentosos cineastas, éstas no resultan tan amargas.