
Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 12 años.
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Desde la escena inicial de Infancia clandestina, ópera prima del cineasta argentino Benjamín Ávila, es evidente que estamos observando la acción desde el punto de vista de un niño. O mejor dicho, los recuerdos de una infancia grabada en la memoria indeleblemente, y, dada las circunstancias, no sería para menos.
Basada parcialmente en las propias vivencias de Ávila, el filme comienza con un matrimonio –interpretado por César Troncoso y Natalia Oreiro– cuando es tiroteado en medio de la calle. La secuencia cambia repentinamente a una animación de los hechos, cual si fuera un mecanismo de defensa del pequeño “Juan” para lidiar con la violencia y que obliga a sus padres a escapar de Argentina y del régimen militar que tomó el poder en 1976.
Son estos singulares toques de estilo que le imparte Ávila a Infancia clandestina los que logran que el filme supere las limitaciones de su narrativa, la cual gravita entre una muy parca exposición de los hechos históricos y las remembranzas del primer amor infantil, uno que según el propio director, jamás existió. Curiosamente, ese es el ángulo mejor desarrollado de la historia.
Tras vivir varios años en el exilio, “Juan” (Teo Gutiérrez) regresa a Argentina en 1979 bajo el seudónimo de “Ernesto”, reencontrándose con sus padres por vías separadas mientras estos comienzan clandestinamente una ofensiva revolucionaria contra el gobierno. Sin embargo, es el otro lado de la vida de “Ernesto”, el privado, en la escuela, el que cuenta con el mayor peso emocional y que resulta más enternecedor que las escenas que comparte con su madre, por más buenas que sean las actuaciones de Gutiérrez y Oreiro.
Ávila le dedica particular atención al primer amor de su protagonista, encarnado por Violeta Palukas como “María”. Secuencias quiméricas, matizadas por close-ups, una resplandeciente cinematografía y una manipuladora banda sonora, transmiten ese cosquilleo que sentimos todos cuando descubrimos por primera vez una atracción romántica hacía otra persona. La relación entre Gutiérrez y Palukas se siente genuina, con toda la inmadurez que amerita.
Desafortunadamente, el romance se ve entrecortado por las escenas del frente revolucionario, que se limita exclusivamente a las reuniones que tienen sus padres con otros anarquistas en su hogar. Está muy bien que el director haya querido enfatizar la perspectiva de un niño de todos estos hechos, pero esto tiene como consecuencia un manejo bastante superficial del contexto histórico que lo rodea y que, al final, carecen de sustancia.
Así las cosas, Infancia clandestina es un largometraje que funciona con intermitencias y que, aun con sus asperezas, expone el talento de un nuevo cineasta y su deseo por contar una historia muy personal... quizá demasiado personal como para poder distanciarse de ella y verla desde otros ángulos.