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La obra literaria Jane Eyre, de la autora inglesa Charlotte Bronte, es nuevamente adaptada a la pantalla grande por el director Cary Fukanaga en un filme hermosamente capturado en celuloide que presenta este clásico romance a una nueva generación de cinéfilos.
Había que tener mucha paciencia para enamorarse en la época victoriana de Gran Bretaña, donde se desarrolla la trama, cuando los sentimientos no se podían expresar abiertamente. De igual forma, se requiere de esta virtud para apreciar la cinta, sobre todo la primera mitad que transcurre a paso sumamente lánguido, incluso para quienes disfrutamos de las narrativas lentas.
La historia gira en torno al personaje de “Jane Eyre” (Mia Wasikowska), la joven institutriz que reside en la mansión del adinerado, frío y rudo “Rochester” (Michael Fassbender). Inteligente e independiente, “Jane” no se deja intimidar por la actitud de su amo, cualidad que admira “Rochester” y de la que nace un ferviente amor que, en realidad, elude al espectador durante gran parte del largometraje.
Wasikowska da la mejor actuación de su joven carrera mientras que Fassbender continúa convirtiéndose en uno de los intérpretes más interesantes del momento. Sus escenas juntos antes de declarar su amor son excelentes y aun más después de hacerlo cuando finalmente pueden expresar sus emociones. Como amantes son muy convincentes, pero el guión de Moira Buffini no hace muy buen trabajo en lo que atañe a anticipar que dentro de ellos había sentimientos reprimidos. La declaración de amor parece llegar de la nada a mitad de película.
Además de las actuaciones, el otro gran acierto es la dirección de Cary Fukanaga. Luego de su memorable debut con Sin Nombre (2009), el cineasta demuestra un gran crecimiento artístico en tan sólo su segunda película, con unos maravillosos encuadres que resaltan la bella cinematografía de Adriano Goldman, quien hace un extraordinario uso de luz natural a lo largo del filme.
Para muchos espectadores, Jane Eyre será una prueba de rendimiento, más aún cuando los cortos la han hecho ver como un thriller gótico. Nada podría ser menos cierto: es un clásico romance inglés muy al estilo de las producciones británicas de Merchant Ivory, con extensas secuencias de diálogo y poco más ocurriendo en pantalla.